Cae la tarde y la luz se marcha sin despedirse entre nubarrones coloraos que presagian lo que ha de venir en escasas horas.
Hogar encartonado, colchón que pronto será de agua y no precisamente placentero al contacto con mis riñones. Toca prosigue con la búsqueda.
Buscar y encontrar es el par motor que propulsa mi alma, sí, la de este Mendigo que todo y nada tiene porque así lo elijo cada día. Un rincón, un banco en una plaza, una esquina cercana, una calle tranquila o suplente una acera donde mis pies no sean obstáculo insalvable en tu ajetreada mañana. Comienza a llover.
El terno abrochado, solapas altas, me atuso mis barbas y sin mirar atrás abandono mi hogar no sin antes confirmar que mi cuadernillo, mi vieja libreta, mi boli y mis libros vienen conmigo. Por supuesto la estampa a buen recaudo que ya sabéis que siempre me acompaña.
Mientras, camino observando las aventuras y desventuras de mi fiel acompañante con el viento y las gotas que golpean sus incesantes orejas, sin detener mi rumbo incierto me detengo pensativo mirando el primero de los charcos que se está formando escondiendo el torpe adoquinado mientras oigo las tragaderas subterráneas de la ciudad.
Reflejos de una farola en una bolsa de agua que se ha formado y cuya garganta malherida le cuesta tragar. Sí, como muchas cosas en esta vida, el husillo no funciona como debería y eso que solo debe dejar pasar agua, la misma que se escapa entre tus manos, la misma que no bebemos y derrochamos, la misma que escaseamos, la misma que hoy se hace protagonista calándome hasta los huesos.
Tal vez debamos sentir como el agua, analizar su transcurrir por la vida y disfrutar de su reflejo callado; espejo natural en el que mirarnos a nuestros propios ojos traspasándolos y ejecutar en consonancia. ¿Solo se nos escapa el agua entre las manos? Hay algo peor. Miren fotos en sus nubes y no desde la que cae incesante y bajen un par de años y verán que el tiempo es un sistema de infinitas coordenadas donde todas tienen al infinito y a cero a la vez. Maldita ecuación que siempre nos aporta una arbitraria solución infinitesimal. Ese mismo tiempo no vivido, esa misma agua no bebida; derroche involuntario que voluntariamente asumimos siendo sumidero de nosotros mismos. Y seguimos tragando, seguís tragando, incluso cuando la infla(ma)ción no os deja comer.
Empapado y con el culo del cartón de vino aguado os deseo que huyáis de vuestro sino impermeable, lancéis al vacío el para-aguas y os bebáis cada gota antes de que ellas y el tiempo, se os escurran sin previo aviso.
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