Nina caminó apresuradamente hasta llegar a una pensión humilde. Se subió las escaleras a toda prisa, mirando atrás, con nerviosismo, apoyó su espalda contra la pared, tratando de evitar que su miedo se reflejara en su rostro. Su cuello estaba rígido y su respiración entrecortada, sabía que si quería sobrevivir no podía salir, temerosa, se acercó a la escalera; no quería, pero ese sonido… ¿Eran pisadas? Entonces lo vio. Un joven de apenas 25 años subía la escalera. Buenos días, inspectora, le dijo estrechando su mano mientras el frío de una llave sobre su mano la hizo dudar, hasta que una sombra alargada la alertó. “¡Rápido!”, le susurró mirando con intensidad la puerta a su izquierda. Sin saber cómo giró y abrió con gran sorpresa al ver lo que parecía un taller de pintura, pero, ¿cómo?, durante los breves segundos en que lo había observado nada indicaba que se dedicara a pintar. Su aspecto era muy distinto, manos cuidadas, pensó mirándola para continuar con su ropa que no mostraba ninguna indicación de creatividad, por el contrario. Se apostaba el cuello a que no era nada original.
Continuará…
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