Marta quiso nacer, y la eligió a ella como mamá para hacerla aún más completa de lo que ya era. Si vida pintaba bien; su familia, su hogar, si futuro… Pero no todo fue color de rosa, como era de esperar en un cuento de hadas.
A las seis semanas, Marta se paró en las entrañas de su madre y se dio por vencida antes de conocer el mundo, puede que presagiara lo que ocurriría mirando a través de ese ombligo hasta entonces desconocido. Así que se fue sin decir adiós, cerrando una puerta que jamás volvería a ser abierta.
Ella se culpaba, no entendía por qué su bebé la abandonaba tan pronto, por qué desaparecía de su vida sin haberle dado la oportunidad de amarla, aunque lo hizo desde que supo que la tenía dentro de su vientre. Le hablaba y la acariciaba a través de su piel, aún joven y tersa.
Nunca se volvió a hablar de Marta, quiso borrar aquel recuerdo para que no la martilleara día y noche, había que seguir una vez más y esperar que el destino hiciera su trabajo, como tantas otras veces.
Pasaban los días, lloraba por el recuerdo y la ilusión del pasado aferrándose al presente como podía, queriendo ser fuerte y amando lo que tenía aún más. No se vio venir lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Vivía para su familia, su casa y su trabajo y, aún así, no sirvió de nada.
De la noche a la mañana otra ida inesperada que le dió el golpe de gracia. Un adiós que intentó evitar a toda costa, llorando mucho y maldiciendo más.
Y así, se esfumó de sus manos la felicidad que hasta entonces había conocido. De un plumazo se marchitó sin descanso, a pasos agigantados. Lo que hasta ahora había tenido, todo patas arriba, sin saber cómo volver a poner orden en ese caos…
Tenía que trabajar para ello, pero le costó salir adelante. No tuvo para pagar y se vió obligada a vender sus muebles para llenar el frigorífico para su niño, ese tesoro que le salvó de caer al vacío con billete sólo de ida. Luego dejó su casa, en la que tantas cosas bonitas había vivido.
En el camino se encontró con personas maravillosas que le ayudaron en su conversión, y también con garrapatas que le absorbían su espíritu, como aquella tabla de salvación de la que nunca llegó a estar enamorada.
Pero lo más importante lo tenía en su mochila, allá donde fuera iría con ella, el recuerdo de Marta, aquel bebé que nunca llegó a ser y aquel pequeño que la curaba sólo con un beso.
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