—¿Quieres hablar sobre ello? Aún queda media hora de coche hasta el casco antiguo de Cádiz; y no soy hombre de silencios —dijo Antonio.
—No lo entenderías novato —respondió Nina.
— “De acuerdo”, que reine el silencio… Aunque, después de lo ocurrido, quizá le vendría bien hablar —la miró unos segundos en los que sus pupilas se dilataron y añadió—. Pero, tú misma.
Nina movía su dedo por la pantalla del móvil, descartando noticias, sin prestar demasiada atención a lo que le decía el novato, hasta que, sin saber por qué, decidió hablar:
Los vecinos murmuraban con respeto, otros con pena y el resto con miedo. Los compañeros habían colocado cintas amarillas entre ambos lados de la calle para delimitar el perímetro de la zona acordonada. Las ambulancias con sus sirenas interrumpían la siesta de los residentes que poco a poco iban asomándose a los balcones para ver qué ocurría. Pero sin conseguir ver lo suficiente como para tener una idea concreta, más allá, de la desilusión de los equipos médicos o de la gente que se acercaba al lugar mientras que la policía les impedía el paso. Hasta que dejaron pasar a la “hippie, con rastas”.
—¡Sí, mi tío me contó lo de tu cambio de imagen!, aunque yo creo que te sienta bien —dijo haciendo hincapié en la última palabra.
—Bueno, lo importante es que me guste a mí, ¿no?
—Intenta desviar el tema, inspectora. ¡Vamos, soy poli, “continúa” !, ibas por una hippie desaliñada, con rastas hasta la cintura.
—¡Eres raro!, y de dónde has sacado lo de desaliñada, ¿y lo de la cintura?, ¿te parezco desaliñada? —dijo señalándose con el dedo—. ¡Mira, no sé si quiero seguir hablando del asunto, al parecer ya conoces la historia! —afirmó agobiada mientras consultaba un mensaje en el móvil.
—Bueno, solo sé lo que dicen por ahí… Que aquel día muchos pensaron que aquella mujer de no más de treinta años…
—Veinticuatro —corrigió ella.
—¡Vale! … Que aquel día pensaron que aquella mujer de veinticuatro años tenía que ser la causante de todo y, que debía estar drogada, porque cuando se acercó a los médicos no mostró ningún signo de dolor, ni siquiera al levantar la manta de emergencia que cubría el cuerpo.
—Sí, veo que han olvidado mencionarte que justo en ese momento se oyó un grito… ¡Es un bebé! Asesina —dijo Nina elevando la voz.
— ¿De verdad? ¿En serio?
—Como te lo cuento, algunos me miraban con asco, otros entraron en pánico e incluso hubo uno que se dejó llevar por la rabia y lo más bonito que me dijo fue “hippie asquerosa”.
—Es surrealista, ¿y qué hiciste?
—Sacar la placa y dejarla caer sobre el pecho; tú sabes, a ver si leyendo cuerpo nacional de policía se cortaba un poquito. Para, para, ahí está el «Chino».
Cuarta entrega.
Continuará…
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