“Nina sentía su voz adormecedora llamándola. Con dificultad se abrió paso entre toda aquella multitud afligida. Hasta que por fin pudo ver su rostro. Siempre acompañado de esa mirada embriagadora. El tiempo no parecía haber transcurrido, pero su piel estaba más clara de lo que recordaba:
—¡Eres tú!, —dijo ella—. No imaginé que el destino tuviera este gesto de generosidad después del modo tan salvaje en el que nos separaron… Perdóname, por no haberte dado la oportunidad cuando pude hacerlo. Nunca pretendí causarte daño —manifestó ella, inclinándose hasta ponerse de rodillas.
Él, la ayudó a incorporarse. —¡Tranquila! ¡Amor mío! No hay nada que perdonar, contestó estrechándola en sus brazos”.
Entonces Nina despertó, sudando, acelerada y sobresaltada
—¿Estás despierta, Lucía? —preguntó, en voz baja, mientras apoyaba el codo en la almohada dispuesta a insistir—. ¿Hermana? ¡Despierta, hermana!
—¿Qué quieres Nina? ¿Qué quieres? Necesito dormir. Mañana tengo que decorar y cambiar los escaparates, me lo dijo anoche la supervisora poco antes de salir.
—Hermana, ¿cómo puede una saber si está enamorada?
Lucía se incorporó y se quedó mirándola fijamente a los ojos durante unos segundos. A continuación, se dejó caer sobre la cama y, sacando el abanico del cajón de la mesilla, comenzó a hablar.
—Cuando tienes esa mirada, cuando tienes ese brillo extraño y atractivo, que al verlo te hace desearlo sin importar si quieres lo que te ofrece… Y yo, Nina —afirmó Lucía con tono irónico —estoy muy interesada en que sigas con tus planes y termines tus estudios de derecho. Eso es lo que quiero y lo que tú has deseado desde aquel lamentable caso que te ha causado tantos problemas. Es muy importante que entiendas esto. Si te desvías de tu camino y lo dejas, decepcionarás a papá y a mamá, ellos también lo han pasado muy mal y ya no están para… en ese momento, Lucía se quedó pensando, y sin terminar la frase dejó el abanico en la mesilla y le preguntó. —¿Puedo saber quién es?
—Me parece que ha sucedido esta misma mañana, mientras regresaba de Chiclana con el grupo de pintura, lo conocí en la clase de arte —dijo siendo ambigua, dispuesta a crear un avatar para Antonio —Es solo un profesor suplente, pero nada más lo vi, su cuerpo empezó a hablarme… «Ven», me repetía sin ningún pudor.
—¿Y fuiste?
—Por supuesto que no fui en cuanto llegamos a Cádiz, me acerqué a mi amiga, e hice todo lo posible para que no se diera cuenta.
— ¿Y se dio cuenta?
— Yo diría que no, es un suplente. Parece que don Fernando está enfermo, y…
— Ya, ya… El que no está enfermo es él ¿No es cierto?
Pero Nina había dejado de escucharla, solo se concentraba en él.
Cerró los ojos, pero la imagen del novato permanecía en su mente, estaba inquieta, se consideraba una persona sensata que dejaba muy poco espacio en su vida para soñar, de hecho, el arte era el único resquicio que se permitía. No podía permitirse ninguna otra distracción, ya que su meta era convertirse en abogada; aun así, antes debía cerrar el caso que la había dejado traumatizada. Y después de ver la imagen que le mostró, Reyes, por fin, sabía cómo hacerlo. En ese momento decidió que estaba dándole demasiada importancia a algo que no la tenía. No había espacio en su vida para Antonio, y luchando por mantener su postura, se quedó dormida.
Continuará…
Novena entrega.

Deja una respuesta