Nina siguió su ritual para sentirse segura al llegar a casa. Sus hermanas estaban trabajando en una gran superficie muy conocida, cerca de la bahía, y sus padres se habían marchado a la casa de campo que tenían en la Muela. Una pequeña aldea de Vejer de la Frontera. Así que, estaba sola. De su dormitorio a la ducha y de allí a la cocina, y para cuando entró en el cuarto de pintar con su té frío en la mano, la transformación era total. Sin dejar de sonreír, soltó el vaso sobre un taburete alto, que le servía de mesita auxiliar. Se sentía cómoda porque como única prenda vestía un fino mono, tan manchado que su madre decía que había más pintura al óleo que tela.
Sonrió pensando que era una mujer con suerte, después llenó sus pulmones recreándose en la sensación de paz que le aportaba el aguarrás, había tanto amor en ese olor que le recordaba a su abuelo. Entonces recogió la larga cabellera de rastas con su amuleto, usando con agilidad el pincel que le había regalado su abuelo tras un divertidísimo almuerzo familiar frente a la Catedral, después de aquello enfermó. Falleció 4 semanas después y nunca llegó a utilizarlo. Él lo colocaba detrás de su oreja, decía que le hacía ver el mejor punto de fuga y ella, tras lo sucedido, decidió usarlo como pasador… Lo que hacía que el color miel de sus ojos fuera aún más pronunciado que el suave tono de sus labios, mientras acentuaba al extremo el blanco de su seductora piel, el cambio era significativo y aunque ella se negaba a reconocerlo, era muy consciente de ello.
Nina creía que pintar era la única pasión de su vida, hasta aquella misma mañana; cuando un extraño joven apareció en el lugar de los hechos.
—No era pintor, nada más verlo, lo supe… Es arrogante, preguntón e indiscreto —afirmó, cogiendo un pincel limpio para retirar cualquier mota o suciedad, hasta que se detuvo y añadió —y dale la burra al trigo, que no Nina, ¡que no estas tú para romances, con la que tienes encima! Si no tienes tiempo ni para ti —insistía. Pero lo cierto es que le llamaba la atención; por un instante, en el coche, sus instintos se despertaron y se sorprendió. Porque Antonio a primera vista parecía arrogante o esa fue la impresión que le dio al verlo. Pero no fue la única…
¿Y cómo podía serlo? El novato era un bombón, de pelo castaño, alto, fuerte a la par que elegante, y con un irresistible semblante triste. Su incorporación fue inesperada, por casualidades del destino se encontraba sustituyendo a un compañero que al parecer estaba muy enfermo. Eso fue lo que le adelantó Fabián, el cotilla de comisaría, que solía mantenerla “al cabo de la calle de todo”. Aunque Nina apenas le prestaba atención. Por las razones que fueran él se encontraba allí y la verdad es que tampoco le importaba. Porque solo podía pensar en sus labios. Eran algo finos; sin embargo, con un extraño atractivo.
—No me des ruido —se regañaba a sí misma para sacar la imagen del novato de su mente.
Antonio caminaba lentamente sobre los adoquines grises, giró a la izquierda y dejó atrás la calle ancha. El corazón se le aceleró aun cuando habían pasado menos de veinte minutos desde que la dejó en su portal; quería ayudarla, entonces sacó su móvil y buscó entre sus contactos, marcó y dijo: Hola Fabián, te paso unos datos, a ver que me puedes contar, lo necesito para ayer.
—Mira, como tu tío —dijo Fabián, mientras Antonio escribía:
Conil, Chiclana, Cádiz, 2 muertes.
—Con esto no puedo ayudarte —contestó Fabián al tiempo que lo leía.
—No diga estupideces, ¿por qué no puede ayudarme?
No deseo problemas con tu tío. El comisario tiene un mal año y últimamente está peor. ¡Si tengo algo claro como el agua, es que no debo provocarlo, y con estos datos, solo se puede tratar de un caso! Y desde ya te digo que no tengo intención de proporcionarte ninguna información sobre el secreto de María. ¡No vuelvas a llamarme! Dijo y colgó el teléfono.
Segundos después Antonio movía los pulgares rápidamente por la pantalla: te veo poniendo multas en el Campo del Sur, Fabián “emoticono de horror”. Piensa en lo que te he dicho y espero una respuesta antes de esta noche. O me veré obligado a hablar con mi tío sobre “el secreto de Fabián”. En resumen, sobran las palabras, ¿verdad, compañero?
—Esto me pasa por andar de listillo —murmuró Fabián recordando el día que se conocieron, y cómo, largó pestes sobre el comisario, antes de saber que hablaba con su sobrino—. Ni 1000 palabras más, amo. Te daré lo que tengo esta noche, y mañana hablaré con un par de amigos de las comisarías de Chiclana y Conil y tendrás el resto…
Continuará…
Octava entrega
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