Llegó el día, 13.000 almas camino a la batalla, a dejarse las gargantas, las manos aplaudiendo y hasta los pellejos que recubren nuestras almas sevillistas.
Miles nos quedamos en casa con fatigas, dolor de cabeza y un tembleque que no es normal; el corazón latiendo desde por la mañana a ritmo de final. Nosotros sabemos tela de eso…
La tarde se hace eterna, los minutos no pasan y pesan cada vez más y aún queda un mundo pero qué mundo quedaba…
Las gradas se van llenando, los de blanco, ¿seguro éramos menos? En número, pero en alma… nadie puede con nosotros. Hemos nacido para dominar Sevilla, Nadie la quiere como nosotros, sí, los de la casta y el coraje, los que exigimos silencio. Y comenzó la batalla.
Y llegamos 35 minutos tarde al partido a pesar de todo y no, no fue culpa de los vuelos. El miedo, el respeto,… el pensar en errar… lo que había en juego… todo nos superó en los primeros minutos. Llegábamos tarde al choque, sin intención, sin intensidad, sin presión por culpa de la presión y que enfrente había un señor equipazo con un entrenador magistral que domina todos los registros del fútbol menos el de ganarle una Final de la Europa League al Sevilla FC. Honor a Mou.
Un fallo, un maldito fallo en 35 minutos. Un error de Rakitic que no va de verdad, que intenta que le piten falta en el centro del campo. No coló. Y ellos… ellos hicieron lo que saben porque rebosan calidad y el balón llegó a “un tal” Dybala, Badé no llega a cruzarse, meter el pie o tirarse por miedo al penalti y la cruza magistralmente y Bono, posiblemente el mejor o entre los dos mejores porteros del mundo, nada pudo hacer. 0-1, tragedia, malos augurios, malos presagios, negatividad, dolor, pena, rabia, enfado, puñetazos al aire, rezos y mil cosas más que se evaporaron en cuanto sacamos de centro.
El Sevilla, este Sevilla FC, el PUTO SEVILLA FC que no conocieron nuestros abuelos si algo tiene es una mandíbula de hierro y no va por la vida de sparring y menos en Europa. Y llegaron las tropas a Budapest, llegó el batallón en minoría, pero persónenme, con los huevos bien gordos y con las ganas infinitas de hacerlo… y llegó el asedio, y llegó el meneo, la exhibición de fútbol. Ya no se llegaba tarde a ningún lado, los choques eran de frente, jugando a que gane el que quede en pie. A meter la pierna, a correr, presionar, abrir a bandas, encarar y que Fernando y Rakitic empiecen a carburar, a mostrar los quilates y el cerebro que gastan… Bryan en 10 minutos maduró 10 años y se dio cuenta que no. Y En Nesyri seguía a cabezazos contra Smalling, y Badé empezó a ver cada vez más pequeñito y Tammy Abraham y Telles empezaba a ser más intenso que Dybala, y Navas le comía el carril a Spinazzola y Ocampos esperaba y se desesperaba… y acabó la primera parte de las infinitas partes de una batalla increíble con un disparo al palo de Ivan Rakitic que bien podría haber sido el empate antes del descanso, pero ni el palo ni el deseado rebote en la espalda portuguesa obraron el milagro inicial. Tocaba coger aire. Tocaba pensar. Meditar. Reflexionar. Tocaba que Mendilíbar, al que el plan inicial con Bryan y Oliver no le funcionó por ese maldito error puntual, sacó a Suso y a Lamela, según lo marcado porque así lo ha ejecutado en más de una ocasión y se apretaron los tornillos. Un par de millones de vueltas a los tornillos, a las tuercas de la intensidad y dejar que la magia llegara porque lo de Suso es magia, gaditana, arte, control, dominio, coco claro y paciencia.
Las finales no se juegan, se ganan, y las batallas se ganan y los territorios se conquistan o se pierden y ayer, en el tablero del Risk de Budapest ya no bastó con atrincherarse y tirar y tirar dados hasta que se firmen tablas o el enemigo se aburra de tanto estrellarse contra el muro. No, tocaba lanzar los tanques, con el estratega en el banquillo, con la bandera de la intensidad y la cara con colores de guerra, el rojo y el blanco.
Y el asedio continuaba y los romanos ya no parecían tan fieros y poco a poco retrocedían y retrocedían hasta que tanto fue el cántaro a la fuente que llegó el ansiado, necesario y merecido empate que ponía Lágrimas en los ojos, sí, las lágrimas se mezclaban con la sangre del sicario despiadado que va a por todas y las almas explotaban. Empate con sabor a esperad que aún hay más…
Y aún había más, mucho más. Mucha más intensidad, muchas más ganas, mucho más fútbol, mucha más intención, mucha más intensidad, muchas más ganas de ganarla y no pudo ser… ¿que no? No pudo ser en los noventa mil minutos con todos sus horas de descuento…
Y llegó la prórroga porque hay un dicho popular húngaro que dice que Budapest no se conquistó en noventa minutos…
Y llegaron los calambres, y llegaron más nervios aún, y llegaron muchos más minutos de fútbol, de intención, de intensidad, de ganas, y más y más sangre en los ojos… y siguió el asedio. El ring cada vez más pequeño, el rival noqueado arrinconado, sonado, pero aguantó como el campeón que es, con un entrenador ganador pero que ayer recibió medicina en cantidades industriales y aún tambaleándose, sin proyector bucal y con las piernas temblando y los puños abajo logró llegar al último ny definitivo asalto final: los penaltis.
Penaltis… todos muriéndonos, con más de 150 pulsaciones, sudores fríos, calientes, fiebre e hipotermia, fatigas, llantos. Y sobre todo miedo…
Y en este ambiente de locos un señor marroquí paseando, deambulando solitario por el césped como si con él no fuera la batalla, sin un rasguño. Le faltó silbar en algún momento, encender el puro, ponerse las babuchas y la batita anudada para no coger frío. Por momentos desconcertaba tanta disparidad entre la ansiedad del Planeta Fútbol y Bono… pero los héroes a veces llevan guantes y dejan la capa para las celebraciones y ahí se hizo grande, enorme, inmenso, gigante… y la portería muy muy pequeña, enana, ínfima y la gloria se alió con él, contigo, conmigo, con nosotros y Montiel lo volvió a hacer y la volvió a meter y Argentina vivía un deja vu, y los sevillistas también y las lágrimas eran las mismas, o más… y los besos se repetían, y los abrazos sinceros y los empujones y… la vida es un ciclo maravilloso donde el Sevilla siempre nos hace eternamente felices, tan eterno como Él, como sus colores, como su camiseta, como su grada, su estadio, su gente, los que estamos y los que están no presentes pero muy presentes a la vez. Y los papelillos eran los mismos de años atrás, de títulos atrás, de UEFAS atrás,… y la Copa, la Copa ya lleva tatuado nuestro nombre y el tatuador se sabe la fuente de memoria, y el espaciado, y el interlineado,…
Sevilla, gracias! Gracias por hacerme tan intensamente feliz.
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