La inspectora salió del despacho con la cara desencajada cuando su compañero Reyes le preguntó si estaba bien.
—Hace una semana que soltaron al sospechoso y me revienta no haber podido encontrar pruebas suficientes para evitar este desastre —dijo Nina mientras caminaba hacia las escaleras.
—Pues, te traigo malas noticias: tras nuestra última visita, el tatuador se niega a colaborar, así que hablaré con el novato para ver si consigue una citación con la misma facilidad con la que miente… ¿Tú crees que es una coincidencia? —dijo Reyes con ambigüedad.
—No, y tú tampoco, lo que más rabia me da es que me estoy acercando, pero ¿a qué?
—¿Y entonces…? ¿Te has planteado hacerte un tatuaje? —dijo burlándose de ella mientras su rostro le delataba porque no entendía la reacción de su compañera.
— Sí, algo pequeño. Una ola, quizás. Hace poco que he descubierto el surf y este fin de semana lo probé en la playa del Palmar. ¡Dios, no me imaginé que sería tan liberador…! Además, me brindó la oportunidad de conversar con la hermana del tatuador, que tiene un chiringuito a pie de playa, -surf y respuestas-, ese fue mi plan. Y el de hoy es pasar un par de horas solas con él. —¿Tienes uno mejor? —le preguntó Nina con dureza, sabiendo que le hería.
—¿Y hay que se cuece? —dijo Reyes señalando el despacho del comisario, ¡mientras masticaba el sablazo!
—Ni idea, estábamos hablando con el forense y Díaz me ha echado nada más entrar el fiscal, pero no te preocupes. Tengo muy claro con quién debo hablar.
—¿A dónde vas?
—Arriba, a ver a Fabián.
—Hum, no sé… ¡Alguien llora sobre una página de sucesos!
—¡Mira, hombre, lo simpático que estás hoy! —dijo sarcástica, pero con un pellizco en el corazón ante el fugaz recuerdo del cuerpo de María, con el pelo alborotado, las uñas vueltas y sangrantes de tanto luchar para defender su vientre abierto —nunca encontramos al bebé y cuando lo hicimos… —susurraba hipnotizada por el terrible escenario.
—¿Inspectora? ¡Nina! ¡Nina sal de allí! —le ordenaba Reyes, mientras una lágrima humedecía la boca de la inspectora devolviéndola a la realidad—. Perdona, no debí ser tan mordaz, no era mi intención devolverte al pasado con ese titular de mi****. He sido cruel.
—No seas egocéntrico, Reyes. Tu humor negro no me ha hecho esto. Esto me lo hace mi miedo, que levanta la voz con tanta fuerza que derrumba los muros que me guardan para recordarme mi obligación de retirar a ese psicópata de la calle. No voy a parar hasta conseguirlo y, si durante el camino tengo que llorar, lo haré, y después me levantaré llena de coraje y dispuesta a enviarlo a la cárcel. Te juro por mis padres que no quiero el mal para nadie, pero quiero que él se vaya al infierno, ¡que se vaya al infierno, y no dañe a nadie más!
—¿Por qué a nadie más? ¿Qué ha sucedido?
—Ha aparecido otra víctima.
—¡El muy ca****!
— Esta vez no pudo defenderse, y mientras ella se ahogaba en su propia sangre, le arrancaba el niño del vientre.
— ¿Está segura?, esto sentaría una pauta —le advirtió Reyes.
—Me gustaría equivocarme, pero junto a ella apareció una bolsa igual a las anteriores, esta vez. Roja, con ribete blanco.
Continuará…
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