Miradas que se pierden en el fondo de otro universo paralelo al tuyo.
Miradas sinceras, inocentes, que arrastran mil y una historias, mil y una lágrima no derramada con el recuerdo de otras tantas que cayeron por efecto de la gravedad y de la propia vida.
Miradas que miran miradas, que miran ojos que miran a su vez. Reflejos comunes con sonrisas también infinitas aún más inocentes que las propias miradas.
Hoy vengo a hablarles de la confirmación del amor, del puro, del verdadero, porque solo es amor aquello capaz de hacerte feliz en su totalidad. En la tuya. Lo demás…
Miradas y sonrisas, sonrisas que brotan dibujadas, pinceladas trazadas por el más excelso pintor de la corte y que muestran el camino al corazón, a la mirada cercana y cómplice.
Miradas y sonrisas al corazón. Latidos… Sístoles y diástoles y un incipiente e incesante tic tac que te taladra el cerebro como esa gota ignorante traspasa la roca más firme de la manera más sutil aunque más contundente.
Sonrisas cómplices, espejo del alma limpio y puro de dos seres que se dan la mano con firmeza y rotundidad. Sin medias tintas, a porta gayola sin temor a la cogida, a lo afilado del pitón que te traspasa el alma sin previo aviso, capaz de convertir las miradas en otras, y las sonrisas en llantos. Y aún así, siguen latiendo porque los corazones se funden y se confunden en uno.
Déjenme brindar por la victoria del amor verdadero, el que lucha sin armas blancas, sin pólvora de por medio porque sus armas son la confianza, la lealtad, la amistad y sobre todo, el propio amor.
Hoy brindo por esas miradas cómplices, por el brillo de tus ojos, por esa sonrisilla tonta y por todo el vino derramado celebrando entre amigos.
Brindemos juntos y que viva el amor.
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