—En los extensos paisajes de Hósiuz, la arena de minerales erosionados rodea las ondulantes faldas de los acantilados. La costa del océano Ax, es cálida, y turquesa. En tierra, las típicas casas, curvadas…
—Gracias, señor Lidot, creo que el resto de la clase se hace una idea de lo que quiero, y ahora, acérquense todos al mapa y elijan sobre qué casa quieren hacer su trabajo. El señor Lidot, se ocupará de recogerlos al final de la semana; y no olviden, que tras la firma del tratado, se unieron las ocho casas legendarias de Oblig. Por lo que la población de Hósiuz, es prácticamente tan diversa como nuestro entorno natural. —Explicó el profesor de secretos ancestrales antes de abandonar la clase. A los pocos minutos, Ázdeli se dirigió hacia la salida, inquieto por tener que subir a la caravana de las meigas, consciente de que debería enfrentar dificultades, y que si se llegaba a descubrir que había abandonado Brianaquel sin autorización, perdería el reconocimiento del Señor Vári, quien además de ser el Zahorí Mayor de la Ciudadela de Ónix, también era su tutor… Al entrar en la caravana se mantuvo en un rincón sin llamar la atención hasta llegar a la Foresta; lo siguiente era ocultarse a esperar a que cayera la noche. En ese momento, se planteó llegar a la llanura, eso significaba acercarse a los barracones de la guardia, su objetivo era no emitir ningún tipo de ruido hasta que tropezó, aunque no parecía que nadie lo hubiera oído. Al hallar su destino quedó paralizado, era imposible que un individuo perteneciente a la casa Amatista poseyera tal tamaño, pero ¿quién era aquel centinela?, pensó al ver a Thomas.
En comparación con Thomas Elop todos los habitantes del reino parecían insignificantes, menos aquellos que recibían a través de la magia, la combinación de fuerza y habilidad estratégica que él poseía de forma natural. Elop era muy respetado por sus superiores y el resto de la guardia, a la que estaba asignado para proteger la Fortaleza Amatista, su Foresta se encontraba en el centro del pueblo, con el resto de las aldeas pertenecientes a las ocho casas.
Aquella fría mañana, Elop comenzó su guardia de mal humor; un ruido extraño le mantuvo alerta durante toda la noche, impidiéndole descansar.
—¡Silencio! —gritó el centinela provocando que los grillos de la llanura clausuraran su concierto matutino. A continuación, comprobó la hora en su reloj de agua.
“Una antigua tablilla con doce muecas, casi desaparecidas debido al uso, que se fundamentaba en el secado, y que confrontaba cada mañana con los menhires que se distribuían por el reino; y aquella mañana lo hacía desde su origen más antiguo.”
—Las siete y el frío es tan intenso como en las batallas de antaño, pero por entonces mi uniforme no era de hilo, con solo una pechera y botas de piel curtida. ¡Así que ya es suficiente! —gritó al viento mientras golpeaba sus brazos para entrar en calor, esperando que la doncella del Norte hubiera oído su enfado, hasta que de pronto vio una sombra, y con extremo sigilo, caminó hasta ella—. “¡Eh, tú!” —gruñó mientras golpeaba a un joven que se ocultaba bajo su capa—. ¿Qué estás haciendo aquí?, ¿no es demasiado pronto para estar curioseando por la llanura? ¿A ver? —dijo quitándole la capucha.
En ese instante, Ázdeli se giró y le mostró la cara. Thomas notó que los ojos negros y las orejas puntiagudas eran de la casa de los zahorís de Ónix, pero en los ojos de aquel chico había un brillo especial que no había visto antes.
—¿Por qué te escondes? ¿Qué llevas bajo la capa? “¿No estarías robando?” ¿Verdad? —preguntó mientras lo sujetaba.
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