Amanecía en Triana. Se presumía bonito el día. Los quehaceres de Manuel le reprochaban a grito pelado: ¡abuelo, que se te han pegado las sábanas! A lo que entre suspiros, Manuel objetaba a regañadientes: ¡ya voy, ya voy!
Su lento caminar, hacía más placentero su paseo matutino, deleitándose por las calles aledañas hasta llegar a su destino. Apoyado en su bastón, tomaba un pequeño respiro, sacaba su blanco pañuelo, aquel con sus iniciales grabadas, calmaba su sofoco y continuaba su devenir.
Tras recorrer Antillano Campos, se dejó acariciar por San Jacinto, pues su banco predilecto, le incitaba al descanso. Una sencilla y simple base de ladrillos, amplio asiento de madera y un respaldar de azulejos un tanto singular. Justo ahí, la vieja tradición ceramista hacía de las suyas, representando esta vez, a la Capilla de la Estrella. No sabría explicar qué duende tenía ese rincón para él. Quizá la Dolorosa le regalaba su compañía en tan entrañable y bendita rutina.
En su hábito adquirido, Manuel tomaba asiento y simplemente, buscando la comodidad, se reclinaba y daba comienzo un cercano cortejo de todo viandantes que tomaba por momentos ese recurrente asiento.
Doña Ana era de las madrugadoras, acudía a su cita ineludible con la Virgen, salía de la Capilla, siempre secando sus lágrimas y compartía con Manuel sus pesares. José tras tomar su desayuno pertinente, se sentaba y comentaba con desatino la elección de aquel bar: el café estaba frío y el jamón no es del bueno, la media se queda corta. Pepita siempre con prisas iba al encuentro de su nieta, y tomaba un respiro con el abuelo, derramando baba por esa criaturita. Andrés operado de rodilla, aparcaba su andador y contaba a Manuel los pormenores de su intervención.
Cuando ya la mañana rozaba la tarde, una mujer se sentó y compartió en alto su nostálgico monólogo:
-¿Sabe usted? Me vendría aquí de nuevo con los ojos cerrados. Aquellos años en Triana no se olvidan fácilmente. Los más bonitos de mi vida. Aquí crecí, aquí me enamoré, aquí me casé…Acabo de ir a ver al vecino más antiguo de Pureza junto a su madre. Ahora visitaré a la Estrella, sé que me espera. Aunque no vengo a menudo, cuando pongo los pies en Triana, algo se remueve por dentro, es inevitable, no puedo dejar de emocionarme.
El abuelo confesó comprenderla e hizo confidente a la señora de su maravillosa rutina:
-Pues mire usted, cada día me despierto y acudo a este banco. Agudizo el oído, pues la edad no perdona y recojo un buen racimo de confesiones, de las que afortunadamente, suelo aprender. Aún sin ellos saberlo, todo aquel que se sienta a mi lado me regala su grata compañía. El banco de la Estrella me alumbra el caminito todos los días y me aporta la fuerza necesaria para, simplemente, aquí sentadito, ver la vida pasar, tan bonita y tan corta. No queda más que disfrutarla y como dice un poeta: “conságrese en vivir y que la muerte nos pille cualquier día por sorpresa…”
il.com says
29 agosto, 2024 at 23:47Me encanta como escribes , yo soy una enamorada de esta tierra, llegué muy joven a estudiar mi carrera Historia del Arte.Tuve la suerte de que me enseñaron maestro.Agradezco a la vida ,cada día que suspiro en esta.tierra .Gracias y por favor no dejes de escribir,tienes el don de saber trasmitir y hacer b
Vibrar con tu narración. un saludo.