—Lo lamento, mi señora, temo que ha desaparecido —dijo lady Ayla, desconcertada. En ese momento, solo podía inclinarse y esperar los reproches de la consejera, que la miraba molesta cuando exclamó bruscamente.
—Solicité que actuaran con cautela, ¿no comprendo cómo ha ocurrido?, ¿podría usted explicarme? —dijo con rigidez, mientras daba vueltas por la estancia sin observar a nada en concreto, parecía sorprendida; como si considerara que había sido descuidada. A pesar de que no tenía idea de nada hasta que lady Ayla, inquieta, comenzó a hablar.
—Se cumplió con las directrices establecidas, mi señora; procedimos a aprovechar la altura de los techos del palacio, lo que nos permitió alcanzar la galería de la biblioteca real sin dificultades. Las dos nos encontramos en los pasadizos que conducen a la habitación de descanso, antes de llegar a nuestro destino. Luego, un intenso impulso de luz originó el cambio… ¡Tienen el arco de Turmá!, mi señora. No sé cómo han conseguido hacerse con el conjuro, pero no estaremos a salvo hasta que les sea arrebatado —aseguró la sword.
—¡Lady Ayla!, levántese, quiero saber cómo la han vencido. ¡Por la diosa! ¿Cuántos palmos mide alzada?, ¿siete?
—¡Ocho!, mi señora, pero no hubo lucha… ¡El cambio resultó tan doloroso, cruel y violento que nos dejó petrificadas! En ese momento, comprendí la causa de la prohibición de este conjuro. Tras aquello, perdí la noción del tiempo, solo tengo la certeza de que no hay rastro alguno de mi hermana de alas, aunque, iba unos pasos por delante; creo que nunca llegó a entrar en la biblioteca. ¡Lo sabían!, —afirmó de pronto. A continuación, permaneció en silencio hasta qué…
—¿Sabían que estarían allí?, —manifestó la consejera, teniendo en cuenta que la misión se llevó a cabo bajo el más estricto secreto; ¡era una trampa! ¿O una demostración de fuerza?—. Me sobrecoge saber que estaba en lo cierto, cuando sugirió que había un traidor en palacio.
—Un adversario, sin nombre ni identidad, conspira en las sombras, mi señora, quien sin duda se ayuda de los túneles ocultos para llevar a cabo sus malvados planes. —aseveró lady Ayla, acercándose a los planos que se encontraban sobre la robusta mesa de la estancia. «Este es el lugar en el que se suscitaron los acontecimientos», señaló.
—¿Sabemos algo más? —preguntó la suprema acercándose a mirar el mapa, comprobando que el lugar era idóneo para una emboscada.
—Cuando conseguí hacerme con el control de mi cuerpo, encontré esto —manifestó lady Ayla, retirando algo de su armadura, para depositarlo en las manos de lady Alldora, quien permaneció en silencio durante unos instantes—. Esto puede alterar la totalidad de la situación. “Hablaremos con su Majestad, pero antes”, dijo caminando hasta el diván para presionar una de las tallas artesanales esculpidas en él, luego, la giró y se hizo con una cápsula con lágrimas de hada. ¡Tomad!, esto os devolverá a vuestro tamaño.
Esta noche se dirigirá hacia la Ciudadela de Jaspe. Le enviará una carta a la jefa del clan. No confíe más que en la señora Tabatha.
—¡Como ordene, mi señora!
—Si le preguntan sobre su compañera de alas; diga que se quedó en el palacio. ¡Y… sword Ayla, la quiero aquí antes del amanecer! —le exigió, mientras se acercaba a la elegante balconada para abrir el batiente.
—No estoy convencida de que sea posible, suprema —expresó lady Ayla temerosa—. Sin embargo, su experiencia le obligaba a ser objetiva; no quería volver a decepcionarla—. Temo que, incluso con el mejor esfuerzo, no podría llegar a Jaspe antes de mañana, mi señora.
—Le garantizo que eso no será así, sword; por lo menos no en este caso… Sí, me acompaña al balcón. Me gustaría presentarle a una vieja compañera de batalla.
—¿Fuera, mi señora? —exclamó Ayla, levantando el vuelo para seguirla.
—¡De alguna manera, echaré de menos este espléndido paisaje ! —dijo la suprema, tomando aire y regalándose unos instantes para admirarlas; por lo que lady Ayla pensó que, de algún modo aquello formaba parte de una metáfora profunda.
—Sí… ¡Yo también lo haría después de diez quinquenios!, ¿Son esos los picos de Arlan?, se hermanan con el cielo en el horizonte, y esa es la famosa falda de piedra por la que fluyen las frías aguas de la montaña. Había oído que caían en otras de diversas alturas y tamaños. Pero al verlo, ¡comprendo lo que quiere decir! —Exclamó Ayla, extasiada, mirando más allá—. Es una muestra de fuerza y continuidad inolvidable. Y por allí se puede observar el Valle de Caux, y allí se encuentra la pequeña Ciudadela de Jaspe, nuestro hogar. ¡Qué rabia que el cambio de Aries esté tan cercano, suprema! Debe ser difícil dejar todo esto atrás..
—¡Yo también lo siento! “No obstante, por fortuna, tendré a Lluvia a mi lado”, —expresó, acariciando una de las dos esculturas que ornamentaban las esquinas de la balconada, ante la inquieta mirada de la diminuta sword, quien no tenía idea de qué opinar sobre el comportamiento extraño de su superiora.
—Etart’ aseum… Etart’ aseum —pronunció la Suprema conjurando al hermoso animal y la piedra comenzó a caer, como lo hacen las hojas en otoño, hasta dejar libre al mítico y formidable espécimen.
—¡Por el cielo! ¿Es un águila dorada?, nunca había visto una —retrocedió admirada.
El majestuoso animal observaba las seis pulgadas de altura de la sword cuando la ninfa suprema le indicó:
—Le presento a su nueva compañera de viaje. Lluvia, et otnes’ aerp alle se, lady Ayla.
—¡Lluvia! ¡Qué nombre tan extraño! —dijo lady Ayla alzando el vuelo para tocarla—. ¿Por qué se refiere a ella de esa manera?
—Lo entenderá cuando la vea volar… Aleuv anamr’ aeh ed allat’ aab —pronunció y el imponente animal levantó el vuelo—. ¡Lo ve, puede ser impetuosa como una tormenta! ¡O suave como la caricia de unas gotas de lluvia estival!
No obstante, el momento perdió su brillo, cuando llamaron a la puerta.
—¡Silencio! —susurró la sword—. ¡Apartaos, señora!, —dijo volando al interior con sigilo para conseguir una buena posición frente a la puerta.
—Aguarde —dijo la suprema, cogiendo el par de lanzas que presidían la chimenea. y presionando en otra flor del diván, esperó para extraer otra cápsula—. Tómelo de un solo trago —le ordenó, lanzando una ampolla de Ananassa por el aire, segura de que cuando llegara hasta lady Ayla, ambas, tendrían el mismo tamaño! Mientras la suprema desenrollaba sus filos, impactando, a la sword con las viejas cicatrices de sus alas. Una vez juntas se prepararon para el combate levantando las lanzas al tiempo.
—Abra la puerta consejera Alldora soy el príncipe Zeldriz Tidartiz… —dijo el consejero entre susurros, inquieto, mientras recordaba las advertencias de Tahíriz. ¡Vengo por orden de la reina!
En ese momento, ella se dirigió hacia la entrada, enroscando sus filos mientras le abría.
—¡Pase deprisa!, pase —dijo girando el pomo, permitiéndole ver el interior del aposento.
—¡Por las meigas del tiempo!, —exclamó al verlas—, tras la reunión con su majestad, apenas tenía esperanzas. Aunque no quería creerlo, nos conocemos desde que éramos infantes. No obstante, el cambio en la sword lo confirma.
—Me apena comunicarle que, lady Ohupa ha desaparecido, —le notificó la consejera consternada—. «¡Hacha, fuego y rabia!, jamás pensé que pronunciaría la consigna hostil», —añadió, antes de extender la mano para entregar la única prueba.
—¡Un brazalete! —dijo el consejero Zeldriz, cogiendo el brazal de cuero entre las manos para mirarlo en silencio durante unos minutos. Después se acercó a uno de los candelabros que iluminaban la habitación para mirarlo con la luz cálida de la llama. Una vez que hubo concluido, ¡lo dejó caer con desprecio sobre los mapas!
—¡Hacha, fuego y rabia!, consejera Alldora. Es prueba suficiente, el grabado pertenece a las Trece Cimas. Lamento confirmar que se trata del símbolo de destierro a las lejanas islas del norte.
—¡Hecat en Hósiuz! ¡Es terrible! —dijo lady Ayla, bebiendo con desgana otra ampolla que le había entregado la suprema.
—¿Podrías sugerir algo, consejero? —preguntó lady Alldora, dándole vueltas a una idea.
—Por favor, consejera. ¡La escucho!
—Sus dones como Tidartiz son relevantes y pienso que serían de gran ayuda en estos momentos. ¡Gracias a ellos podríamos salir de esta situación tan desagradable!
—¡Será un placer! —exclamó mientras extraía del zurrón una pequeña piedra tan brillante y dorada como su propio iris. El conjuro despertaba en la mano del consejero, mientras la luz se filtraba entre sus dedos. Él la retuvo con firmeza y se inclinó hasta alcanzar la altura del brazalete para entonar con celeridad un susurro.
—Emart’ aseum le rodia’ aart… Emart’ aseum le rodia’ aart… —pronunció las palabras y, al extender su mano, la pequeña piedra se desintegró, expandiéndose en una liviana nube ocre, que le permitió ver a través de ella:
Un lugar sombrío, una mesa con documentos y, sobre todo, un pergamino que leyó con atención. Este documento contenía la genealogía del monarca Uzcam y de la princesa elfa Dikaz. Última de la estirpe de los profetizados. El consejero no pudo leer todos los nombres, aunque sabía que algunos eran muy importantes. ¡Por fin! —exclamó el príncipe Zeldriz al contemplar una sombra—. No… ¡No te vayas aún, permite que te vea el rostro!, —pensaba en voz alta, mientras oía el eco distante de otro conjuro que anulaba el suyo.
— «Ozahc’ aer… Ozahc’ aer», —conjuraba una lejana voz desde el otro lado.
—¡No hay nada aquí, consejero! —exclamó la sword, decepcionada mientras caminaba en círculos alrededor del brazalete, repitiendo el mismo recorrido antes de levantar la mirada—. ¡Se está cerrando el vértice! ¿Consejero?
—¡Silencio! —ordenó lady Alldora—. ¡Podrían escucharnos!, no lo ha cerrado él; nos han descubierto —aseguró al entender lo que estaba ocurriendo, mientras el consejero Zeldriz permanecía en silencio y con los ojos dilatados en busca de una solución hasta que de pronto lo supo.
—¡Por supuesto! Sé de la existencia de un antiguo hechizo —manifestó convencido de haber encontrado una solución—. Aún no puedo adelantarles ningún detalle, aunque debo conversar con la reina y obtener su aprobación para partir con prontitud a la Ciudadela de Ónix. Les solicito que no tomen ninguna medida hasta mi regreso. Nadie debe saber lo que quiero hacer, de lo contrario, no podré acceder a la Gran Biblioteca para estudiarlo.
—¡Iré con usted! —exclamó la consejera Alldora, ajustando las medidas de sus guantes.
—¡No! “Su responsabilidad es preservar a la reina, y la mía solventar este asunto”, —expresó el príncipe Tidartiz, despidiéndose con una reverencia. Mientras abandonaba la habitación, comprobando que nadie se había percatado de su encuentro con la consejera real y, de igual manera, extremó su cautela hasta llegar a la estancia de la reina, que en esos momentos estaba siendo atendida por su doncella.
—¡Déjanos! —manifestó Tahíriz.
—“Por supuesto, majestad”, —dijo la joven Eleris de procedencia y particularidades Amatis. Bajaré a la cocina y traeré el desayuno —añadió, dejándolos solos.
Vengo a despedirme, me aflige, tener que abandonarte, querida; pero debo dirigirme de inmediato a la Ciudadela de Ónix.
—Me dejas —manifestó ella con tristeza, alzando la mirada para tocar con devoción la piel de su rostro.
—Estaré de vuelta, antes de que me eches en falta amor mío. Quiero que confíes en que no dejaré que nadie nos separe.
—¿Cómo? Sabes que no debemos estar juntos. No tengo certeza de ser libre, ya que si la nueva legislación evidencia mi obligación deberé dejarte, de igual modo creo que la propuesta de matrimonio, es el castigo por amarte —dijo, suponiendo que aquel era el mayor de sus problemas.
Sin embargo, en el ala este, escapando por los túneles aquel que había anulado el hechizo del consejero Zeldriz, corría apresuradamente. Poco después, dejó en las cuadras un regalito envenenado por Dameiza.
—“De esta manera, trato con los individuos que se atreven a enfrentarme”, —expresó, anulando la voluntad del unicornio de su rival a través de un susurro para insertar un alfiler en el sobrepuesto de la silla del animal. Luego montó sobre el suyo y salió de las caballerizas cabalgando. No se detuvo hasta llegar al puente que unía las tierras de palacio con las aldeas de las Forestas. Una vez allí, siguió por un camino en ruinas para reunirse con su ejército detestable; donde Dacát, el jefe de los hecat, gritaba a sus mercenarios por el fracaso de sus planes, cuando Ser Blazeri Onnei se reunió con él. Hastiado, le golpeó el rostro, antes de pedirle explicaciones—. Me aseguraste que no iban a fallar. ¡Sois todos unos inútiles!. Me habéis puesto en peligro. ¿Cómo demonios han conseguido el vínculo para un vértice?, y ahora, ¡descubro que solo habéis atrapado a una! ¡Despiértala! Ella debería saber dónde se encuentran las malditas ampollas, no podemos permitir que esa ninfa insignificante otorgue a la reina un ejército de swords —gritó, dando un golpe sobre la mesa—. ¡No lo repetiré! —amenazó, acercándose al cuerpo inconsciente y propinándole una fuerte patada, lo zarandeó con violencia. Dispuesto a inculcar en los suyos el respeto a través del miedo, sacó su daga y mutiló con brutalidad las alas de lady Ohupa—. Estas No darán más problemas —aseguró, tirando los restos al fuego.
A los pocos minutos, la ermitaña se aseguraba de que la sword no se recuperara. A pesar de que le habían causado mucho daño, Blazeri no confiaba en una victoria rápida.
—¿Cuánto tiempo tardará en hacerlo? No me marcharé hasta que no esté seguro de que no se escapará.
—Será un proceso rápido, mi señor. Observe, el secreto se encuentra en la temperatura, debe estar muy caliente, y… ¡Listo! Sus alas permanecerán obligadas por el ungüento —aseguró Dameiza, tirando la hoja que había utilizado para extenderlo.
—¡Perfecto! ¡Ahora, necesitaré su ayuda con esto! —dijo, entregándole el documento sellado por la reina.
—¡Esto es hilo real, mi señor! ¡Hay que esperar a que el zahorí mayor lo libere del sello! A partir de ese momento, tendré acceso a toda la información que necesite.
— No veo el momento de terminar con ella —manifestó, dirigiendo una mirada de reproche al líder del campamento—, quien respondió incitando a su ejército.
—¡Se presentará antes o después! Salir en su busca y no regreséis sin ella.
—¡Espero eso, Dacát, por tu bien! —aseguró Blazeri, dándole un palmado en el hombro.
—Mi señor, mantendré a la sword sedada y le informaré de inmediato si encontramos el objetivo—. ¡Adelante! —Exclamó Dacát, destruyendo todo lo que encontraba a su paso—. ¡Vamos! No estoy dispuesto a aceptar ni un solo error más.
Sin embargo, Ser Blazeri Onnei no tenía límites al momento de alentarlos. El miedo podría ser efectivo, pero la ambición también lo era.
—¡Le entregaré una bolsa de oro a quien me la traiga! ¡A ella no la necesito dormida! El escriba me explicó que su dinastía le obligaba, así que la necesito muerta. Salgan y encuéntrenla… ¡Y una vez que lo hagan, mátenla! ¡A ella y a la promesa que se oculta en su interior! —exclamó, asegurándoles grandes beneficios. “Ahora tienen las órdenes claras”, dijo a Dacát antes de subir a su montura.
—Tranquilo, Záun… —habló a su fiel animal, quien reaccionó girando su fuerte y arqueado cuello hasta llegar a Blazeri. Este, a su vez, acarició la base que coronaba el espectacular cuerno de azabache, mostrándose complacido al ver cómo el símbolo de maldad de su brazo era casi invisible, gracias al tónico que le había hecho beber la anciana.
«Recordad tres gotas cada día o el destierro», dijo al entregárselas.
—Vamos —susurró a su montura, inmerso en su odio—. Cuando anochezca, estaremos en la llanura cumpliendo las órdenes reales. A estas horas, el consejo debe estar reunido, y sin duda se habrá establecido el protocolo hostil. Este festival será un nuevo comienzo, mi leal amigo… ¡El principio de mi reinado! —aseguró, pensando en lo que había preparado para la reina. Y tirando de las riendas, obligó a Záun a levantarse sobre sus patas traseras antes de volver a empezar el camino.
En ese instante, lady Ohupa recuperó de manera completa la conciencia, aunque hasta ese momento solo lo había hecho en lapsos breves debido a los impactos que había recibido. La sword estaba confusa y atada a un tronco por los extremos de su cuerpo. Dolorida y helada por el frío, intentaba desenroscar sus filos para cortar las ataduras y escapar de lo que parecía un campamento hecat. Fue en ese instante cuando las vio y comenzó a gritar. No podía soportar su furia, de manera que gritaba como si estuviera poseída.
—Hola… —dijo uno de ellos, acercándose—. No te preocupes por tus alas, preciosa. Estoy seguro de que ahora estás muy confusa, pero debes tener en cuenta que ya no te harán falta. No será capaz de sobrevivir, aunque será más rápido si me cuentas dónde guardan las ampollas de Ananassa. Te garantizo que si lo haces, morirás sin sufrir. ¿Qué me dices?
—¡No sé dónde están! Lo he estado preguntando durante quince años. Siempre he sido una visionaria y sabía que esta información me ayudaría a evitar muchos problemas. No obstante, no se apure, sé cómo ayudarle a volar. “¡Corta mis ataduras y te prometo que te haré volar por el acantilado de Ram!”, será tu vuelo inaugural y el último. ¡Oh!, le veo muy frustrado ¡Acaso no era eso lo que deseaba escuchar!
—Si lo prefieres de esta manera…
Más tarde, lady Ohupa tenía sangre en el rostro y abatida, intentaba mantener su postura.
—Lo comprendo, lo comprendo, no he estado muy bien contigo, pero es un hecho que esto suele suceder cuando no tengo lo que deseo. Sin embargo, aún podemos ser amigos, ayúdame y yo haré lo mismo por ti —aseguró acercándose a ella, dispuesto a empezar de nuevo.
—Para… ¡La vas a matar! —exclamó Dacát—. ¡Estás enfermo! No te distraigas, necesitamos esa información, Mira lo que has hecho, creo que le has roto la mandíbula; si es así, ¡no podrá hablar! Espero estar equivocado. “De lo contrario, yo mismo me encargaré de que nadie vuelva a escuchar tu voz”, dijo mientras movió su cuchillo alrededor de la boca del depravado hecát.
Deja una respuesta