Me duele confesar que apenas te conocía, aunque sabía de sobra que estabas ahí. Fue el destino caprichoso quien hizo que te cruzarás en mi caminar, e ineludiblemente, me robaste el alma.
Quisiste pasar desapercibido, siempre haciendo eco de tu humildad, pero no funcionó, sabes bien que no, era un imposible. A veces, mi aliada rutina me llevaba al huerto, consiguiendo despistarme, sin embargo, con mi porfía conseguí esquivarla. Y me tomé el tiempo necesario para contemplarte, sin prisas, con pausas, deleitándome.
Ante un cielo encapotado, el resplandor del sol se cegaba con nubes desafiantes. Entonces en pura penumbra, tu divina silueta me sorprendió una vez más, recreándome con tan bella estampa. Pero ¿cómo describirte si tu rostro suplicante habla por sí mismo?
Esa figura entre sombras era digna de realzar: una cruz se posaba ante un monte oscuro, esa que sostenía tu cuerpo vivo atravesado por cuatro clavos. Tus brazos resistían a duras penas, cediendo al peso. Tus piernas entrecruzadas dibujaban tu singular contorno. Ya no apoyabas el torso contra la madera, pues aún resistías ante una liviana súplica, ese último aliento.
Cuando por fin se hace la luz, un miércoles santo cualquiera, te recibe ante un monte rojo pasión, de claveles y es tu fuerza desmedida la que se desata, donde tu cuerpo habla, tu pena habla. ¡Ay tu mirar! Bendito mirar.
Dime pues mi Señor, qué susurras que apenas te oigo. Si pudiera subir ahí a lo alto y empaparme así de tu suspiro, de tu quinta palabra, de tu sed.
Tu cabeza se gira muy levemente y por momentos de una forma inconsciente, de nuevo hablas. Pero, llego tarde, siempre tarde. Tus sabias palabras no llego a alcanzar. Mi torpeza me delata y es ahora o nunca cuando me aferro a tu mirar, quizá ahí encuentre más que palabras, más que palabras…
Y capturo tu imagen, ampliando el rostro hasta llegar a tus ojos y es ahí cuando me pierdo. Porque es tanto el respeto, es tanta la veneración. El corazón se acelera, la emoción se desborda. Entonces las miradas se cruzan, se encuentran y una conversación pendiente fluye sin más, de tú a tú. Descubres pues que la mirada es poderosa y tiene los honores para descifrar aquello que se lleva bien adentro. No engaña, no traiciona, es pura, transparente, espejo del alma.
Sabiendo de sobra que estás ahí, es ahora cuando confieso conocerte. Ahora y siempre, saciaré pues mi Sed de ti…
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