De Mihiltryevrorian a I’Shilvaenden
Mi más querido I’Shilvaenden; mi más dulce cruz.
A ti que colmas mis sueños y honras mis tiempos con tu recuerdo.
Escribo este mensaje desde el lugar más alto del W’uvulmimporiia, asegurándome que nadie más se entere de nuestro enlace nupcial. Sé que has llorado por mi ausencia. No sé cómo presentarme ante ti más que con el espejo que mana de nuestros rostros, durante los arcoíris nocturnos, que podemos evocar al hacer el amor desde la distancia.
Sólo a ti, mi Gorolthos, Espejo de mis sueños, puedo comunicarte acerca de los avances que hemos hecho en la expedición. Estoy sumamente agotado, y, apenas escriba este mensaje en mi cuerpo, sabrás que clase de cosas maravillosas he vislumbrado con mis doce ojos. Deberías ver las nuevas flores planetarias que hemos descubierto. Existen millares de Zurzurrento, como lo imaginamos desde que éramos unos niños.
¿Sabes?, siento que en los tres tiempos se han ido maquinando sus hilares con suma abrasión y precisión. Los tiempos transcurrieron a su manera conforme nosotros soñábamos con todo. Y verlo ahora con mis propios ojos me permite ahondar en la realidad en la que vivimos; esta realidad tan nuestra.
Son increíbles los colores que brotan en el nombre de Él. Ríos de ellos como nunca antes los contemplé.
Puedo decir que la expedición ha sido agotadora. Buscamos más capullos de los que pudimos encontrar. Asumiremos los datos con los que hay. Lo único característico de ellos son los perfumes que poseen. Tomamos muestras, pese a que con eso, aplastamos algunas formas de vida universales. Uno de nosotros barrió con sus alas a varios de ellos y, con su cuerpo, a otros más.
Asumirás que lamento que se perdiera tanto por el descuido de un inepto con ocho extremidades y tres cabezas. Admito que, por ello, no me agrada del todo lo característico de nuestra raza; cuando esté cara a cara frente al que nos creó, tendremos una conversación de suma importancia.
No hace mucho hablamos por medio de nuestros cuerpos,sobre el efecto que persistía en el perfume que revisten, a los pobres y mendigos, de nuestros dominios. Me dijiste que tuviera cuidado de no cantar y lo he tenido. No he cantado nada en lo absoluto.
Tengo entendido que, ellos, son los únicos capaces de abrir las puertas de esos palacios mágicos que tanto han tramado nuestro cambio. Esos que moran en los cielos, esos de los que manan los himnos que has podido sentir desde tu lecho cuando reposas y con los que te has logrado leer las entrañas.
Sé que es una locura pero todo está ahí frente a mí y eres tú al único al que se lo puedo contar. O más bien corroborar.
Teníamos razón, Él existe y está allí en nombre de todos nosotros.
Indagué acerca de esto por mi cuenta.
Alvreikanzhasharr y Hamriemades confirmaron mis sospechas, pues uno de los mendigos Gitolvar que llevamos con nosotros, en caso de que tuviéramos que alimentarnos de algún Lisil incorrupto para sobrevivir, arrojó a la deriva el primer indicio de cambio sobre todos los que estuvimos presentes, y, los que estamos aún en pie.
Parte de los demás desaparecieron engullidos por las explosiones de los tiempos transitorios, que significaron que ese espacio en el que acabamos por arribar, y ese mendigo, conectaran.
Te lo cuento de este modo para que puedas entenderlo. No te alarmes. Estoy bien, pese al cansancio que acarrea en mí el suceso.
Ahora bien. En el aniversario de tu Olfoncor, cuando se te fue entregada tu caja musical, Moutilmarr, el mendigo, se arrojó desde lo más álgido, dejando una estela de su risa como único rastro de su existencia, y cayó, y cayó y cayó hacía lo alto.
Sí, se arrojó así nada más y, entonces, se presentó el espectáculo más asombro que en mi vida pude ser testigo.
Unos segundos después de arrojado el infortunado, la risa fue devorada por un silencio sepulcral, que, pronto, fue sustituido por una explosión de polvo universal.
Ella manó como una fuente de seminales sucesos, desde aquella estación hecha un paraíso bendecido.
Hubo presencia de colores celestiales, los más extraordinarios e inesperados que presencié y consideré, después y sólo después, de recordar los que manaron de tus ojos cuando nos entregamos entre músicas y sueños.
Nada se te iguala, Gulukevhar, Tesoro de mi Corazón.
Como efecto a esto, pues, barrió con todo, varios ojos de los presentes reventaron entre gritos y otros, cuerpos y más, se vieron estallar dejando nada más que el rastro de sus canciones en el acto.
Alvreikanzhasharr y Hamriemades fueron los primeros en desvanecerse, y con ellos, su todo, pues aquel fenómeno abrasó con lo que recorría nuestros campamentos y más allá.
Ignoré a los que quedamos en pie y pude oler a granada y ambrosía. A oro, incienso y mirra. A cayena. A limón. A canela. Los mismos olores que provenían desde lo profundo de los desdichados sin hogar, cuando tomábamos parte por ayudarles a surtirse de salvación en sus tiempos y tiempos.
Los olores que, decías, te hacían marear y evocar el recuerdo de algo que no alcanzabas a describir. Y entre olor y olor, perfume y perfume, logré ser testigo de los albores y quebrantos por parte de todos nosotros. Voces alcanzaron a señalar a uno de esos palacios en el firmamento. Voces manaron desde lo alto. Entonces alcé mis cabezas y pude ver que uno de esos palacios había abierto sus puertas.
Supuse, daba la bienvenida, junto a otros más, que también acudían a él en forma de perfumes y silencios: ennombre de ese pobre vagabundo.
Al palacio lo nombré como Chamerandra Vanul, en secreto, y él pareció entenderme, pues siguió desprendiendo el aroma que había logrado captar de entre todos los demás. Un perfecto aroma a vida.
El perfume le había dado voto, a ese indigente, de convertirse en parte de un heraldo que desconocemos aún, y, del que estoy seguro, desearás desentrañar tanto como yo.
Entre todo, todo esto nos garantiza que Él existe.
Que es real.
Que Él es la vida misma.
Tuyo siempre,
Miranarar, Dueño de tu Vida.
Gabriel says
23 enero, 2024 at 20:38Excelente como siempre. <3