El príncipe Nor se encontraba sentado al borde de la garganta de Woliv, un acantilado de grutas prohibidas situado al este de los dominios del bosque terio. Las voces bañadas en aguamiel procedentes de la llanura se apagaban, mientras ambos esperaban encontrarse con el segundo amanecer de Aries.
—¿Lo recuerdas, Briut? Este era nuestro lugar secreto —manifestó Xium, cogiendo una pequeña piedra para tirarla al vacío.
—«Hasta el más mínimo detalle, Alteza», —dijo su ave bruma con una voz tranquila, pero ruda.
—¡Éramos tan inocentes! —expresó el guerrero con una profunda nostalgia.
—A Zeldriz, en particular, le agradaba visitar este lugar, «aunque estaba prohibido». Era muy curioso y observador; sabía que solo podía escuchar mi voz si se unía a nosotros para esperar. Y con los primeros rayos de luz, me preguntaba lo que le pasaba por la mente antes de que el sol se mostrara completo. Desde ese momento, solo los hijos del bosque podían hablar con los seres místicos. ¡El consejero también tiene un lugar en mis anillos! —reveló Briut, mostrando la gran envergadura de una de sus alas para dejar al descubierto su sello de unión—. Sin embargo, lo ocurrido esta noche, no debió pasar. Y no solo porque no creo que revelar nuestro secreto a la soberana de Hósiuz sea el mejor camino.
—Siempre has demostrado ser el mejor estratega venido a ser el comandante del gran ejército de Aves Bruma. ¡Sé que tienes razón y me siento honrado al saber que raras veces dejas de cumplir con tu deber! Por eso espero compensar mi pequeño caos, fortaleciendo nuestras defensas —dijo Xium con media sonrisa. Mientras se incorporaba, sacudiendo la curtida piel de su atuendo, luego cerró los ojos y tocó el tatuaje. En aquel instante, Briut se postró con una expresión de respeto. Mientras se tornaba bruma, él agudizó su oído, lo que le incitó a girar su cuerpo para buscar el llanto de una dama que le parecía familiar. A continuación, se dirigió hacia el interior con la celeridad de un ser salvaje, respaldado por la magia que le brindaba el bosque. Se beneficiaría de la ventaja que le proporcionaban las ramas de los árboles nodriza para alcanzar su objetivo.
—Lo sabía…
La princesa Híz practicaba el tiro en un claro del bosque. Volvió a tensar su arco y aprovechó la proximidad del guante de cuero que protegía su muñeca para retirar una lágrima a la que no permitió retar su fortaleza.
—Sé que estás rota por lo que le ha pasado a tu hermano Zeldriz, pero no me parece sensato que estés en el bosque sin una invitación previa. Te arriesgas a que alguno de mis hombres te ataque. Sabes bien que no a todos les agrada este tipo de visitas —aseguró Xium, antes de sincerarse con ella—. Te he extrañado… —confesó aprovechando el silencio de la guerrera para caer a los pies del árbol desde el que la observaba previamente—. ¿Me oyes? Te he extrañado —replicó, acercándose con cuidado, consciente de que ella no le contestaría. Era demasiado orgullosa como para expresar lo que consideraba que a nadie más que a ella le afectaba. Sin embargo, nada de lo que se propusiera podía luchar contra la verdad. Su mirada le despertaba sentimientos encontrados, analizando el deseo cristalino de sus ojos. No obstante, Híz no respondió y evitando que su presencia le afectara, prosiguió con su entrenamiento.
Él persistió en su osado intento de turbarla, pues desde niños disfrutaba provocándola.
—Si tienes algún problema con tu campo de entrenamiento, con gusto te puedo ofrecer el mío —sugirió, desplazando con delicadeza la mano sobre la femenina cintura.
De repente elle le permitió reflejarse en su mirada, donde la profundidad de su dolor lo contagió. Era esa debilidad la que lo hacía sentirse parte de ella, ¡aunque ni el mismo lo sabía!
—¡No seas arrogante! —protestó ella, retándolo con el frío acero de su flecha, ejerciendo la presión justa sobre la garganta del terio, que sentía cómo una cálida gota de sangre rompía en su cuello—. ¡Olvidas que soy una elfa real, no oses volver a tocarme! No eres más que un príncipe desaliñado y salvaje —contestó atormentada.
—¡Perdóname! —dijo él retrayendo su intención ante el rechazo—. No volverá a ocurrir. ¡Aún me resisto a creer que aquello que ocurrió entre nosotros disponga el curso de nuestras vidas! Pero si ese es tu deseo, lo respetaré. Aun cuando ambos sabemos que nunca conseguiremos controlar lo que sentimos el uno por el otro.
—¡Habla por ti! —dijo, negando el recuerdo de lo feliz que había sido con él, en aquel bosque, y cómo tuvo que dejarlo ir cuando su amor no era rival para el engreído Terio. Por supuesto, que prefería olvidarlo, era lo más inteligente. Sin embargo, no le parecía apropiado olvidar que también era el mejor amigo de su hermano.
—Te aseguro que aquel joven ansioso de libertad ha desaparecido —dijo Xium, mirándola con una mueca que la debilitaba, porque su sola presencia la invadía con intensidad, por más que ella se negara a aceptarlo.
—¡Creo que eso está de más! —dijo ella.
—Eso crees, ¿verdad? —contestó él, estirando un poco el cuello para tragar saliva. Cogiendo el hierro sin ningún temor y retirando la afilada punta de su cuello para arrodillarse ante ella. Y usando la misma flecha para dibujar un abrupto mapa sobre la tierra para estimular su instinto guerrero.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella inclinándose a su lado en silencio. Pero una vez reconoció el lugar, se incorporó—. ¡Son las grutas prohibidas de las cuevas del este! Solo les es permitido el paso a los hijos de los árboles…
En cualquier otro momento, te hubiera acompañado —añadió—. ¡Es sin duda una extensión muy atractiva! Pero desde lo ocurrido anoche, solo puedo pensar en él, y repasar cada palabra o gesto de dolor —dijo mirando en sus ojos de forma fugaz, porque se mantenía en guerra con ella misma. Pues, aunque no estaba dispuesta a reconocerlo, sentía por Xium mucho más que hostilidad y necesitaba de él mucho más que la fuerte mano de un aliado.
—Debo regresar —dijo, colocando su arco a la espalda y girándose para emprender camino hacia la aldea porque, por el momento, no tenía intención de regresar al Alcázar Real. No lo haría hasta averiguar en qué estado de salud se encontraba su hermano, y para conseguirlo debía permanecer cerca del señor Fixex y del zahorí Vári. Ellos eran los únicos a los que se podía dirigir para saber de Zeldriz.
—¡Espera! Sé que no puedes tener noticias de cómo se encuentra tu hermano hasta que averigüen quién intentó matarlo… Vuelva aquí con las primeras estrellas.
—¿Volver? ¿Por qué lo haría? —preguntó con sobriedad—. Esta noche todo el mundo estará en la llanura, ¿o acaso has olvidado que es el segundo día de Aries? Y, por lo tanto, todas las aldeas se reunirán para el nombramiento.
—¡Es justo ahí donde los necesitamos! Tú solo debes aprovechar el revuelo previo al nombramiento para escapar… ¡Te estaré esperando!
—¿Qué me propones? —preguntó la princesa, aun de espaldas.
—¡La posibilidad de verlo! Haré lo imposible para llevarte con tu hermano. ¡Lo juro por la amistad que me une a él!
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