La reina cruzaba el puente que unía los aposentos reales con la cascada para bañarse. A su llegada, se sentó en un saliente desde el que podía escuchar la manada sagrada. En aquel momento, se dio cuenta de que algo misterioso la sobrevolaba, inquieta, ostentó el poder del crisólito que literalmente la rodeó. Aunque en el interior del escudo estaba a salvo, no podía ver nada. Se giraba intentando no bajar la guardia, observando cualquier cambio a su alrededor, cuando, de pronto, desde el cielo una ráfaga de viento le agitó el cabello. Desde ese momento, la luna perdió su brillo, una enorme sombra cribaba la luz sobre ella. Supo de inmediato quién era…
—¡Esperanza y luz, guerrero terio de mítica montura! Las pocas veces avistada ave bruma. “Admirada por su valor y lealtad, sin duda la causa de que aún no sepa cómo adopta su forma materia”.
—¡La madre nos protege! —saludó el príncipe Xium, antes de contestar—. Adopta su forma cuando el guerrero al que está unido en eclosión coloca su mano derecha sobre el tatuaje de su pecho y la llama mentalmente —reveló el jefe terio, complaciendo a la reina.
—No puedo negar lo grata que me resulta vuestra revelación. Pero, ¿por qué ahora? Convivimos en paz desde el comienzo, ¡y nunca compartieron sus secretos con nosotros!
—Como prueba de buena voluntad, majestad. Espero que podamos construir una amistad basada en la confianza, pues no les deseo mal alguno —manifestó el guerrero, bajando de su montura para postrarse ante la soberana de Hósiuz y dejar a sus pies el cuerpo casi sin vida que traía consigo—. Espero que aún esté a tiempo de utilizar el don que le brinda el crisólito… Sabéis que me es muy querido.
—¡Apartaos, majestad!, —gritó Mhiva surgiendo del agua.
La encantadora Atydhia, única y venida a proteger la poza por la gracia de la Deidad, soplaba con rabia uno de los “verdes” rizos que caían sobre su frente, retando con sus dorados ojos al intruso. No más alta que un seto, pero con la osadía de un dragón, protegía a su reina del recién llegado.
—Calmaos, pequeña. Mivha, ¿verdad? No debes sentir miedo, soy Xium, el consejero Zeldriz y yo somos amigos desde la infancia. A veces me ha hablado de ti —aseveró el príncipe Nor, viendo alejarse a la pequeña que corría en dirección al palacio, ignorando sus palabras, mientras la reina observaba el penoso estado del príncipe Tidartiz.
—“¡Algún día serás un buen rey, guerrero de gran esperanza!”, —expresó Tahíriz Alemrac, comprendiendo que no había tiempo para perder y despidiéndose del guerrero que, tras una estricta reverencia, subió a su montura y desapareció entre la bruma de la que había surgido.
Poco después, Mhiva regresaba acompañada de la guardia real para interceptar la visita inesperada…
—¡Os traigo ayuda, majestad! Nadie le hará daño mientras que yo la custodio, “nadie” —aseveró.
—Eres muy amable, mi estimada Mhiva, pero como puedes apreciar, no hay peligro alguno —aseguró Tahíriz. Evitando mostrarse afectada o emocionada por el estado del príncipe, y tirando de su vestido, se arrodilló ante la poza, e introdujo sus manos en las aguas mágicas, a continuación, las colocó en forma de cuenco, obteniendo la necesaria para dar de beber al consejero Zeldriz que, ante los ojos de los presentes, recuperó el color de su piel, pero no la consciencia, aunque poco a poco la vida volvía a su ser…
—¡Guardias! Lleven al príncipe, a mis aposentos. Yo misma lo atenderé hasta que las aguas acaben con el mal que lo posee —dijo la reina, mientras miraba a la pequeña, segundos más tarde, acariciaba su carita rolliza—. Lo has hecho bien, querida. Lamento que te hayas asustado, pero el terio no suponía ningún peligro, cuando dijo que Zeldriz y él son amigos. No mentía, y el consejero lo tiene en gran estima.
—No obstante, esta no es la residencia del consejero, ni la del galeno. Es de su majestad —aseguró la pequeña Atydhia, inquieta, dejando la extrema blancura de su mejilla apoyada sobre la mano de Tahíriz durante unos instantes, mientras apretaba su manita contra ella para recibir con agrado el sentimiento que le aportaba.
—Entremos… —sugirió la reina poco después, ansiando velarlo e incorporando su esbelta silueta para regresar a sus aposentos.
—¡No!, —gritó Mhiva—. ¡Majestad! Olvida que no se ha sumergido en la poza… ¡Eso debilitará el poder del crisólito de su cuello!
—Tienes razón, mi perspicaz amiga. ¡Con todo lo acontecido casi olvido mi obligado baño! —dijo Tahíriz, desprendiéndose de la parte externa de sus ropajes y sumergiéndose en las violetas aguas cubiertas con un largo y blanco camisón, hasta introducir la cabeza en ellas para alimentar la gema de sus ancestros…
Una piedra volcánica de color verde y reflejo gualda, instaurada en su cuello mediante la magia, nada más ser coronada, como era la costumbre. Sin embargo, no tardó en salir de las aguas al percibir que estaban siendo observadas. Con tranquilidad, pero muy pensativa, nadó hasta la pequeña Atydhia con intención de llevarla dentro.
—Mhiva, ¿qué te parece si entras conmigo? Así podrás contarle a la señora Zolarix la aventura que hemos vivido juntas esta noche.
Y sin mirar atrás, cogió a la pequeña de la mano y se dirigió con ella a la seguridad de su estancia. Una vez allí, la pequeña no tardó en encontrar algo con lo que distraerse, ¡se maquillaría! Pintaría su barbilla de blanco para simular que paseaba por la pequeña Ciudadela de Jaspe como Lady Mhiva. Eso le apetecía mucho más que hablar con la señora Zolarix que, era vieja y tenía un olor extraño.
—Mi señora, me temo que hay algo de lo que debo informarle. Esta mañana la cocinera…
—No es necesario, Amma. Lady Alldora me brindó información acerca de la posible amenaza. Más tarde me daréis los detalles… ¡Ahora debo pensar! No sé en quién puedo confiar, ¡ni cómo evitar que esto se me vaya de las manos! ¡Alguien nos está traicionando!
—Lamento escucharla tan abatida, pero, puede que no sea tan grave como parece, mi niña.
—No, Amma, no sirve de nada negarlo. Lamentablemente, tanto los sucesos como los informes que recibo respaldan mis palabras. Por un lado, está lo de esa horrible boda… No puedo entender de dónde ha salido esa odiosa ley, o por qué no era conocedora de su existencia. ¡Sin olvidar la desaparición de una de las mejores swords de la consejera real! Y ahora esto… El consejero tenía una importante labor, y no quiso decirme de qué se trataba hasta tenerlo solucionado, pobre príncipe Zeldriz. Son demasiadas cosas y todas malas; si no conseguimos descubrir a nuestro enemigo a tiempo, la paz dejará de reinar en Hósiuz. —Pero eso no puede ser, majestad. No estamos preparados. ¡No sin la profetizada! Y no será fácil, desde la muerte de la princesa elfa Dikaz, ese linaje, está sujeto a determinados acontecimientos y solo así confluirán de nuevo —aseguraba la señora Zolarix caminando tras la reina, y tomando la decisión de esperar a que el señor Turig le confirmara sus sospechas antes de cargar a su niña con otro problema más.
—Tiene razón… ¡Necesito consejo para originar su llegada! Despierte al cetrero, dígale que necesitaré aves de vuelo nocturno preparadas para salir esta misma noche; han de ser las más veloces…
Después, manda recado con un mozo a la cuadra para que disponga mi montura… y hable también con la primera doncella, necesitaré ropa apropiada para cabalgar toda la noche. Saldré lo antes posible hacia el valle de Caux.
—¿No estará pensando en visitar la manada esta noche? ¡No debe hacerlo, majestad! ¡No es seguro después de todo lo acontecido este uno de Aries!
—Debo hacerlo, Amma. Necesito la orientación de la manada y sabe que solo allí me es permitido vincularme con sus almas.
Poco después, la señora Zolarix tiraba con fuerza de los cordones de piel del brazal, ciñendo la última muñequera de su señora.
—Siento insistir, majestad, pero si no quiere que la acompañe la guardia privada del consejero Zerdeg, ¿por qué no permite que lo haga la consejera real, o quizá una de sus swords?
Sería lo más prudente.
—Lo contemplaría, sin dudarlo, mi estimada anciana, de no ser porque Lady Ayla aún no ha regresado de su última misión. ¡Algo de lo que aún no ha sido informado el consejo y, llegados a este punto, no sé si deberían ser informados de la desaparición de Lady Ohupa! No, no lo haré hasta que no sepa si alguno de ellos forma parte de esta telaraña… Pero no se equivoca, ahora que lo menciona… Lady Alldora no ha dejado el palacio. ¡Hágala llamar! Será mi escolta y, si la diosa lo permite, estaremos de vuelta, sanas y salvas antes del amanecer.
—¿La Reina de Hósiuz protegida por la Suprema de la Ciudadela? No es sensato ni prudente, mi niña. Los dos cargos más importantes de Hósiuz en una cruzada sin escolta… No os será fácil entrar y salir sin ser vista… ¿O acaso piensa que a su enemigo le faltan recursos? Si sabe la mitad que el consejero Zeldriz, no le será difícil conocer cada uno de vuestros pasos…
—Es una pena que el consejero no me explicara nada —dijo la reina, respondiendo con ternura a las muecas de disgusto de la señora Zolarix—. Lo sé, Amma, pero no tenemos otra alternativa. Ahora debo prepararme para partir… Informe al cetrero: ¡yo iré redactando la misiva! —Entonces, la reina se acercó a su secreter y sacó un pergamino pequeño de un joyero de nácar. Al hacerlo, varios de ellos se quedaron expuestos—. ¡Eso es! Escribiré a todos. Esta noche, cada líder de Foresta recibirá un mensaje de su reina… Espero recibir la información necesaria para determinar quién está a mi espalda. Decid al anciano de la torre que deseo el cielo cubierto de alas… —dijo antes de que la anciana cruzara el umbral y, tras escucharla, esta dio un paso atrás para intentar que entrara en razón. A decir verdad, la señora Zolarix maldecía en silencio al traidor con cada decisión de Tahíriz.
—Ha pensado que es posible que nuestro enemigo intente evitarlo, y que si tuviéramos la suerte de que no fuera así, tal despliegue de aves llamaría la atención de vuestros súbditos, eso podría generar todo tipo de problemas.
—¡Por supuesto! Y por esta razón, no se lo pondré fácil. ¡Todas ellas! —exclamó Tahíriz con voz dulce, pero firme—. Puedo asumir los riesgos. ¡Mejor alarmados que muertos! Las misivas deben llegar a su destino esta misma noche, Amma.
—¡Se hará como desee, majestad! Con seguridad estarán de vuelta antes de despuntar el día —dijo Zolarix con complacencia. Sin embargo, estaba al borde del pánico, por lo que se permitió dudar de la decisión de su reina—. ¿Todas las aves, Majestad? ¿Está segura? De ser avistadas podrían provocar el pánico —aseguró la anciana, que ante el silencio de la reina salió de la estancia y fue cumpliendo todas y cada una de las órdenes de la joven soberana… Tras realizarlo, se dirigió a su habitación y allí permaneció despierta. Desolada, miraba un pequeño cofre que sujetaba entre sus envejecidas manos. Lo cierto es que estaba triste por no haber insistido para que la reina la escuchara, por lo que rezaba pidiéndole a la madre del bosque por la vida de su pequeña, y acunada por el murmullo de su rezo, se quedó dormida a regañadientes. Pasó toda la noche antes de que las aves volvieran.
Cuando las aves regresaron, el cetrero salió de la torre y fue a la habitación de la señora Zolarix para entregarle las misivas. La anciana las ojeó y vio con satisfacción que había una de cada casa, pero aún así, se negaba el derecho a descansar. Fue con los cantos de los pájaros cuando se despertó.
—¡No puede ser! Me he quedado traspuesta —dijo, aterrorizada al ver que amanecía y aún no tenía noticias… Corrió hasta los aposentos reales para esperar a Tahíriz, dando orden a la primera doncella para que nadie molestara a la reina.
—Su majestad está muy cansada. Ha dedicado la noche al arte de la poesía. Ya será avisada cuando sea oportuno —dijo con desdén y moviendo ambas manos. Eligiendo la mejor de las excusas, dado que era algo que la reina hacía con frecuencia desde que era muy niña. A continuación, la guardia le permitió pasar a la estancia como cada mañana.
—¡Majestad! —exclamó, finalmente, al verla en el lecho.
Tahíriz esperó que las puertas se cerraran para apartar la ropa de la cama, saliendo de ella aún vestida y protegida por su daga.
—Estoy bien, Amma.
Escuché voces y me acosté para no levantar sospechas.
¿Se sabe algo de las Forestas?
—¡Sí, majestad! Las aves regresaron trayendo consigo respuestas de todas las aldeas… Aquí las tenéis.
La reina abrió las mismas y el contenido se evidenciaba idéntico y desalentador en todas ellas.
—Estamos perdidos, ninguna ha llegado a su destino y en todas aparece el mismo sello. Esos despreciables Hecat nos atacan sin sentido. Anoche nos estaban esperando en el valle de Caux, apenas tuve tiempo para vincular el crisólito.
La tristeza oprime mi corazón cuando pienso en el estado de las yeguas, parecían enfermas…
Yo, esperaba, deseaba, quizás con la ayuda de todos. Pero nadie sabe de nuestros problemas, Amma. ¡Las han interceptado todas! —dijo, pasando las palmas de sus manos sobre el cuenco sin regreso, permitiendo su destrucción física, pero desconcertada por el fatídico fracaso.
—¡Las yeguas no pueden estar enfermas, mi niña! —aseguró la señora Zolarix.
—No, no pueden, Amma. Sin embargo, lo están.
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