El atardecer de las Rojas de Carmelian era uno de los más hermosos del reino, aunque el zahorí mayor y el señor Fixex no estaban para esos placeres… Desde primera hora de la mañana se encontraban en la biblioteca del maestre, donde leían y leían todo aquello que se encontraba en relación con el linaje de la profetizada. ¡Sin olvidar que en absoluto estaban de acuerdo con los planes de Híz!
—¡Pueden parar un momento! —dijo ella—. Deseo que me proporcionen información sobre todos los detalles de lo que está sucediendo aquí. ¿No comprenden que no tenemos tiempo? —replicó, reprochando la prudencia de ambos y su falta de compromiso. Para Híz era evidente que existía una deuda con el pueblo terio. Y estaba obligada a pagarla.
—Todo está a punto de cambiar para vos, princesa. En este momento no podemos, sino buscar respuestas para protegerla —aseguraba el viejo duende—. No podemos cometer errores… ¡Ahora es sumamente vulnerable, aunque no sea completamente consciente! En realidad, puedo asegurar que no envidio su destino por extraño que parezca. Y menos, después de haber expuesto su punto de vista, —aseveró el anciano—. La experiencia y los años me avalan en este momento. No tengo otra opción que negarme.
—¿Cómo puede decirme eso? Cayeron en la trampa por ayudarme. Han intentado asesinarles.
—¡Sí, lo han hecho! Por consiguiente, se encuentra más segura en este lugar con nosotros. ¿O acaso piensa que no lo volverán a intentar? Me veo obligado a decirle que no pondré en peligro ni ahora ni nunca la compacta unión de nuestro pueblo. No, para rescatar al jefe guerrero de un bosque que no se digna a participar en el festival de su reino… No, por ese tal príncipe de qué…, y su molesta superioridad. Se considera fuera de los dominios de Hósiuz, ¡pues que asuma el peso de sus decisiones sin esperar nada por nuestra parte!
—¡Pero, maestre! Os he desvelado todo lo ocurrido —respondió Híz, sintiendo una profunda inquietud—. Si es verdad lo que dice el pergamino, Xium es el responsable de que ahora yo sea la profetizada, ¿es que no es capaz de entenderlo? ¡Nada de esto me pertenece por linaje! —dijo, frustrada—. Solicito su ayuda, no puede negarlo. Por otra parte, se aborda la figura de dos guerreros de gran relevancia en la región terioense. No puede olvidarse de que lo último que sé de la princesa Loum es que estaba desaparecida. Y tampoco es que sepa mucho más del príncipe Xium —dijo, volviendo el rostro para buscar apoyo en el sabio—. ¡Zahorí Vári, por favor, sé que los conoces personalmente!
—Por supuesto, princesa, pero siento deciros que en esta oportunidad estoy de acuerdo con él. ¡Nos debemos a nuestro reino! Intente comprenderlo, Alteza. No es conveniente poner en peligro a una más que probable profetizada, y menos cuando esta forma parte de un nuevo linaje. Aunque su ejército no forme parte de ello —dijo, tratando de hacerla razonar—. Lo lamento, pero esa es mi respuesta —dijo el sabio con sinceridad. No obstante, también con tristeza, ya que el pueblo terio estaba unido a él mediante fuertes relaciones sentimentales. Por eso, debía intentar ser lo más justo posible.
La negativa de los ancianos estaba sobre la mesa… Al igual que la decisión de Híz, que aprovechaba el descuido de ambos para escapar.
A los pocos minutos, se encontraba en el bosque. ¡El momento de reunirse con el príncipe Terio había llegado!
Entonces, la profetizada sintió que el comandante Briut estaba presente. Sin embargo, la ignorancia de sus secretos obstaculizaba la aparición del ave bruma.
De repente, escuchó claramente cómo un grupo de asalto corría por el bosque en su busca…
—¡Vamos, por aquí! ¡Rápido! ¡Rápido! No podemos perderla —ordenaba uno de ellos.
Híz reaccionó con rapidez, corriendo entre la maleza tan deprisa como le permitía el espesor del bosque, y al verse perdida saltó a los árboles, intentando imitar los movimientos que en tantas ocasiones había observado en Xium.
Sin embargo… Caía… Cada vez caía, destrozando su cuerpo y su armadura. Era más difícil de lo que parecía ser. La realidad era su rival. Sus poderes estaban tan verdes como las hojas de los árboles en primavera. No tardó en percatarse de que estaba perdida, pero su instinto de supervivencia le llevó a reflexionar sobre sus opciones… Por esta razón, decidió cambiar de rumbo y dirigirse hacia Waram. Para cuando llegó, estaba agotada. Agazapada buscaba a lo largo del acantilado destrozando sus manos, que teñían de desesperación las afiladas rocas del acantilado.
—¿La entrada? ¿Dónde está la entrada?
Se lamentaba en ese instante de no haber estado atenta cuando Xium dibujó el plano sobre la tierra.
—¡Por aquí! —gritó uno de ellos, haciendo un gesto al resto.
—¡La veo! —aseveró otro—. ¡Está atrapada!
—Dispersaos —ordenó Dacát—. Que no escape, rodeadla… Rodeadla, se dirige al acantilado —aseguró coordinando por señas la táctica para apresarla.
Escondida entre la maleza del acantilado, Híz los escuchaba. Sabía que si se acercaban más estaría perdida…
—¡Briut, por favor! ¿Serías tan amable de ayudarme?, —rogó Híz—. ¡Ya están aquí, por favor, Briut! —susurró una vez más al distinguir la luz de las antorchas.
—¡Aquí, mi señor! —gritó un ser de apariencia humana. Sin embargo, se trataba de un sanguinario mercenario, ¡como todos los Hecát!
—¡La tengo! —afirmó otro, iluminándola—. ¡Ven conmigo, guapa! ¡Vales más oro del que he visto nunca!
—Antes, prefiero morir —gritó ella al ser descubierta por aquel ser que babeaba con cada palabra. Después, cruzó las manos sobre su pecho y dejó que su cuerpo cayera al vacío, esperando que la montura de Xium estuviera cerca y se hiciera corpórea.
—¡Maldita elfa! —Mi señor, la princesa se ha arrojado por el acantilado —gritó Dacát.
—¡Encontradla! ¡Quiero su cabeza! La quiero muerta… ¿Me habéis oído?
“No regresaremos hasta que esté muerta”, dijo Blazéri enfurecido, y saltando de su montura, desafió la roca; clavó su cuchillo, furiosamente, y se descolgó por la falda del acantilado. Desde allí pudo ver cómo Híz se precipitaba al vacío.
—Eres un ser con mucha suerte, Dacát —dijo Onnei, al jefe de los hecat, escalando con la facilidad de una pantera.
—¡Eso parece! —afirmó él. Seguro de que su presa no tardaría en golpearse contra las rocas, como las aguas de Ax —. ¡No sobrevivirá! —dijo, jactándose—. El océano acabará con ella y si no lo hará, Páem —aseveró viendo cómo el cuerpo de la joven se golpeaba brutalmente contra la pared del desfiladero, dejándola inconsciente…
Segundos después, el fuerte sonido de las olas que rompían contra el acantilado camuflaba el batir de alas de Briut, que surgía de la oscuridad para salvarla justo antes del terrible desenlace, robándole su presa a la criatura que habitaba en el gran océano.
«En la caída, Híz había tocado sus anillos transformando a Briut, que la rescataba en el último minuto, para refugiarse del peligro, asegurándose de mantenerla bajo su protección en las grutas prohibidas de Waram».
Durante horas, la Bruma de Xium observó el cielo… Híz se encontraba a salvo en el interior de la gruta, no obstante, permanecía inconsciente debido a sus heridas. Era preciso trasladarla a la colina del Velo; sin embargo, esa noche en el cielo había algo más que oscuridad.
Briut estaba convencido de haber presenciado una segunda luna, eso solo podía significar una cosa… ¡Toxfat surcaba el cielo! El ave bruma supo que debía esperar, porque conocía lo bastante a su enemigo. Por lo que sabía que este le superaba en fuerza y tamaño, ¡afortunadamente la blanca esfera de su vientre le había delatado! No obstante, el resto de su sombrío y espeso plumaje le servía de coraza. Solo su cráneo desnudo era vulnerable. ¡Por desgracia!, estaba protegido por su corto, pero letal pico.
«Necesito que la profetizada se despierte y toque sus anillos haciéndome desaparecer, pero las heridas sufridas al golpearse contra la roca son de gravedad». Pensaba Briut, acercándose a su lado para darle calor a la espera de que el vínculo terminara de consagrarse para poder ayudarla. Mientras, escuchaba las voces que llegaban desde la llanura; en plena algarabía por el nombramiento del tercer jinete…
Madeg… Madeg, gritaban con tanta fuerza y entusiasmo que el comandante bruma tenía la impresión de estar en la llanura donde celebraban un prestigioso evento.
De la Taberna del Unicornio Azul salía una carreta cargada con un colosal barril de su aguamiel más premiada, ¡por cortesía de Coreg!
—Beban… Beban todos a la salud de Madeg, el tercer nombrado —gritaba el orgulloso Coreg, porque uno de los suyos había sido elegido.
Clon… Clon…
Golpeó varias veces su pesado martillo contra el gran tapón, para que todo aquel que lo deseara se sirviera una jarra de su exquisita elaboración.
—¡A la salud del mejor rastreador conocido desde la firma de los Ocho! Mi recio y magnífico sobrino Madeg que para el orgullo de mi casa acaba de ser nombrado Jinete del Unicornio… ¡Beban, beban todos! Y recuerden que el día ocho de Aries tendrá una jarra gratis, todo el que venga —gritaba eufórico, cuando apenas segundos antes, se moría de ansiedad por saber si su sobrino era el elegido.
“Como usted siempre señala, maestre”, dijo el zahorí Vári.
—¡No hay para tanto! —sonreía recordándole que tampoco esa noche disfrutaría de las elaboradas recetas de Coreg.
—¿Sería posible que permaneciera en silencio? ¿Es qué no tiene corazón? Ha pensado lo que significa para mí… El sacrificio que supone, debería sentir algo de pudor y dejar de urdir el dedo en mis costillas, ¡le aseguro que ya están abiertas de par en par!
—¡Querrá decir hundir! —dijo el zahorí, dispuesto siempre a corregirlo.
—Los dos sabemos lo que he querido decir —añadió el viejo duende apurando el paso, porque no soportaba aquella imagen de fiesta y bebida ni un segundo más.
A los pocos minutos, se encontraban en la tienda del señor Fixex.
—¡Es imprudente! —aseguró el maestre dando vueltas por su tienda—. ¿Cómo va? ¿Puede verla? ¡Por el cielo, la princesa no puede desaparecer sin más!
—¡No hay nada que pueda hacer! —afirmó Vári escudriñando el interior de la piedra Ónix de su cayado—. Se la ha tragado la tierra, no consigo encontrarla. Pero ¡esto puede ser bueno!
—¡Eso es interesante! —dijo el señor Fixex dispuesto a calmarse. Si con ello conseguía una respuesta de su pausado amigo, que le recordaba a un animal desdentado de un mundo que, según los antiguos, era la cuna de los hombres antes de que llegaran. Allí nada era mágico, y aunque compartían parte de su fauna, había muchas especies que no sobrevivían en Hósiuz… Esto siempre había llamado la atención del viejo duende, hasta el punto de que buscar las causas se había vuelto una gran afición. Por ello, no podía evitar pensar cuánto se parecía a un mamífero de movimientos lentos. Al que en ese mundo inferior llamaban coloquialmente perezoso, cuando su nombre real no era otro que Choloepus—. Bien, ¿podrías explicarme por qué cree que es interesante? —exclamó, desechando de su mente la irónica comparación.
—¡Aunque me resulta extraño que no lo sepa! Lo cierto es que solo existe un lugar que escape a este conjuro. ¡Sí, tiene que estar allí!
—¡Allí!… Muy bien, avanzamos… Como perezosos, pero avanzamos…
—Si es así, no hay magia que pueda penetrarla. ¡Creo que se encuentra en el vientre de Waram!
—¿Waram? ¿Estás seguro de que la magia de ese lugar existe? Siempre pensé que se trataba de un mito.
—¡Lo estoy, viejo amigo! Lo estoy… —aseguró Vári, sin revelar la grata experiencia que fue para él caminar por las grutas prohibidas. Pero había jurado no hacerlo, al igual que jamás desvelaría la causa de semejante honor.
Fixex lo observaba sorprendido, ya que no parecía tener intención de continuar buscando a la joven, o al menos, esa fue la expresión del anciano duende, cuando se acercó a la mecedora para sentarse.
—¿Está cómodo? ¿Le sirvo un trago de aguamiel? Le alegrará saber que también he encargado asado en la Taberna de la Estrecha. Llegará de un momento a otro —dijo el viejo duende con aparente tranquilidad, pero ¡acusando un repetido tic en su ojo derecho!
—Una jarra de aguamiel me vendría bien, mi querido amigo, ¡de tres quinquenios será suficiente! —contestó el sabio, agradecido, dejando su cayado a un lado.
—Levantaos, zahorí del demonio… ¡O lo hará uno de mis conjuros por usted! —gritó el señor Fixex. Molesto, porque faltaban horas para el cuarto día de Aries y aún no había podido deleitar su paladar con la extraordinaria elaboración de Coreg. Su necesidad era tal que hasta el insultante brebaje que se preparaba en la taberna del Ebrio le habría servido, por lo que se sentía ofendido ante el abusivo comportamiento de su invitado—. Le informo que la fiesta quedó detrás de las cortinas.
—¡No os exaltéis, mi viejo amigo! No por un simple trago de aguamiel.
—No, señor, es mucho más… Olvida que si no hay aguamiel de la taberna del Unicornio Azul para mí, ¡no habrá en ninguno de los casos nada para vos!
Más, el zahorí Vári no tenía la costumbre de perder el control, por lo que permaneció sentado, ajustando ligeramente su postura hacia delante, dispuesto a darle un consejo, «como siempre desde el respeto».
—¡Prudencia, mi viejo amigo! Le pueden oír… ¡Debes ser más consciente y comprender que solo un hijo de sangre real, teorícense, puede conceder el honor de entrar en Waram! ¡Por el cielo! No es una taberna, hablamos de grutas tan secretas y vastas, como prohibidas… Y por lo que sabemos, el príncipe del bosque puede que ya esté muerto.
Tras la contundencia de aquellas palabras, ambos quedaron en silencio.
El señor Fixex respiró, ¡sin añadir nada más! Pues en este caso tenía que darle la razón al sabio…
«Si no había más opción que esperar, ¡esperarían!», pensó el maestre, buscando cómo calmarse.
—Contra la adversidad poco se puede hacer, aunque puede que… —dijo aproximándose al último estante de la izquierda para coger una de sus mejores botellas.
—Ve, mi querido amigo, ¡todo llega en esta vida! —añadió el zahorí al ver lo que traía en sus manos.
—La he recibido esta misma mañana… Un presente del consejero Zerdeg felicitándome por el nuevo cargo de mi sobrino Mirhog, ¡más se debe servir con extremo cuidado y atención!
—Por supuesto, ¡no desperdiciaremos ni una gota! Por fortuna, no heredó los temblores de su padre; aunque ese tic del ojo derecho. Ese —si no recuerdo mal— es por parte de su abuelo, ¿verdad? —dijo, levantando el dedo con impertinencia para solicitar un momento de atención.
Pero el viejo duende se encontraba tan concentrado que ni las molestas reflexiones de su invitado le iban a impedir servirse aquel deseado trago. Al extremo de no advertir cómo el cortinaje se abría, dejando pasar a un extraño, hasta que alzó la vista para seguir una sombra que le dejaba perplejo. A pesar de ello, aquellos instantes fueron más que suficientes para verter el valioso caldo sin consciencia, ¡hasta darle fin!
—Creo que no queda más aguamiel en esa vieja botella —dijo el recién llegado, mirando fijamente al anciano.
—¡Por mil enanos! —gritó el maestre al percatarse de que el preciado caldo se deslizaba por la pata de su escribanía sin remedio. Por supuesto, la reacción del compungido señor Fixex ante la lamentable pérdida no solventaba el hecho de que ya empapara su calzado—. ¡Está vivo! Y aunque me extrañe, me complace… ¡Por más que me moleste el resultado! Sin embargo, sería de agradecer que dejara de aparecer de esa forma —dijo, aún sobrecogido, por su pérdida personal.
—Gracias —contestó el príncipe Terio, algo confuso porque su intención era saludar, finalmente, lo hizo—. ¡La madre nos protege!
—No sé qué deciros, joven, pero espero que deje de hacerlo conmigo. No consigo llevarme un trago de aguamiel a la boca.
—Le comprendo —aseguró Xium—, porque lo más fuerte que ha atravesado mi garganta en estos días ha sido agua de Luna.
—¡No es más de la que ha llegado a la mía! Por supuesto, de una calidad excelente, regalo de mi buen amigo Turig, desde la misma cocina de palacio —aseguró el señor Fixex.
—Ah, pues a mí solo me suele mandar esto —dijo el zahorí mayor retirando su capa para sacar una petaca de un bolsillo interior. Y, añadiéndole un trago prolongado, añadió—. No, señor, no se puede discutir. Cuando me sea posible, le conseguiré ese Ovalí para que se arregle con la señora Horig. Esta receta es más que aceptable. Evidentemente, ese Coreg sabe hacer bien su trabajo.
—¡Me temo que esto es demasiado excéntrico hasta para vos! —replicó el viejo duende, al zahorí, para terminar con una reflexión—. No perderé tiempo en explicaciones porque no es un buen momento. Hablaremos de esto más tarde, cuando estemos solos.
—Espero que no esté molesto, mi querido amigo. ¡Me mira como si estuviera en su contra! Y os aseguro que no es así —dijo el zahorí Vári.
A continuación, se acercó al príncipe y, extendiéndole su bienvenida, le saludó.
—¡La madre nos protege! Pido disculpas por el recibimiento. Mi viejo amigo y yo hemos soportado días muy tediosos. A propósito de esto, necesitamos una invitación para visitar Waram. ¡Sé que es una osadía! Pero tenemos un interés especial. Le prometo que seremos respetuosos y pagaremos con gusto la sangre para que nos dé luz, esperando y comprendiendo que solo la magia nos puede aceptar. A pesar de que el anfitrión, sea el mismo Xium de Nor, futuro rey del Bosque, Terio —afirmó Vári prestando especial cuidado al expresar su deseo, pero sin ceñirse al propósito de este.
—De ninguna manera… —contestó Xium con serenidad.
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