En la Fortaleza la señora Horig preparaba el té de jazmín para la reina, y de vez en cuando acomodaba el bolsillo de su delantal, distraída.
—¿Te encuentras bien? Claro que lo estás. Mami, cuida de ti, porque tu papá está de lo más dramático. No para de repetir que puedes hablar, pero hace mucho tiempo que los de tu especie dejaron de hacerlo. Ahora, solo se recuerda a través de las historias de las nodrizas. ¡Ese enano necio, y sus desvaríos!
—¡Papá! —contestó la pequeña cría.
—¡Lo ves, lo ha vuelto a decir! Lo que sucede es que te molesta —dijo el señor Turig, tirando del bolsillo del delantal de su esposa, y metiendo la cara en él, mostraba su enorme sonrisa.
—¡Quita tu enorme cabeza de ahí, necio! ¿Qué va a decir, ni decir? No es más que el sonido propio de una cría —afirmaba la cocinera con tirantez.
—¡Podrías decirle a tu mami quién es tu papá! Mi pequeña Carmesí. ¿Podrías decirle, ¿podrías decirle quién es?
—Paa… paa… necio… —dijo la pequeña Ovalí, ante el asombro del señor Turig; y una tremenda carcajada de la señora Horig.
—¡Pues sí que tenías razón, por increíble que parezca la pequeña habla! —dijo más aliviada, porque el comentario de la pequeña le resultaba tierno, y agudo.
—Señora Horig —dijo Eleris retirando una silla para sentarse—, sería tan amable de preparar un servicio de té para su majestad, ya que estoy aquí esperaré, si no le importa. Mi señora necesita verla para revisar con usted las propuestas para el banquete de boda. La boda, todo esto es una locura. Su majestad no parece la misma, ve por los ojos de ese horrible señor. Esta misma mañana, Lady Alldora se presentó con Lady Ohupa. Esta le contó en primera persona su padecimiento y la tremenda experiencia que vivió tras ser secuestrada, pero su majestad parecía no querer entender, y excusaba todo el mal que le había provocado Ser Blazéri Onnei.
—Quiero creerla —decía—. Pero esa tortura de la que me habla no tiene nada que ver con mi prometido —repetía con un tono superficial, y añadía—. Aunque comprendo que esté traumatizada, y por ello perdono su falta.
—¡No lo entiendo! ¡No lo entiendo! —sollozaba Eleris buscando una respuesta, en tanto sacaba el pañuelo de su bolsillo.
—Ese demonio la tiene hechizada —aseveró Turig dando un golpe sobre la mesa de trabajo—. Quién sabe qué más estará preparando. Pero ya caerá, ya.
—Venga, ¿podría usted tomarse un momento para reponerse? —dijo la señora Horig—. Le serviré un té mientras preparo la bandeja y repasamos los menús que dejó preparados la señora Zolarix antes de su viaje. Estoy segura de que entre ellos encontraremos alguna propuesta interesante —dijo pensando en lo insólito de sus palabras—. Lo cierto es que no podemos negar lo que está pasando. Ojalá pudiéramos —añadió, colocando la bandeja en el centro de la mesa y alejándose hasta la alacena para coger otra taza.
—No, no podemos, señora Horig, pero ¡tampoco podemos permitir que esto siga adelante! —gritó Eleris, perdiendo momentáneamente las formas.
—¿Qué significa esto, desde cuándo se despachan asuntos reales en las cocinas? —dijo Lady Alldora—. ¡Eleris, suba en este instante! Su señora espera, y usted, señora Horig, creí dejar claro mi postura al respecto, nada de esto nos hará bien. ¡Y sí! Ya sé que hay mucho que asumir. ¡Como también sé que no será hoy, ni en esta cocina!
—¡Disculpe, mi señora, tiene razón! Vamos, Eleris, subamos y centrémonos en el trabajo.
Poco después, ambas se encontraban delante de la puerta.
—¡Con su permiso, majestad, su té! —dijo la primera doncella—.
—Señora Horig, su delantal —susurró Eleris, dejándola fuera con diplomacia.
—¡Por el cielo, qué pintas! ¡No puedo dejar que su majestad me vea así! —murmuraba disgustada, quitándoselo y colocándolo sobre uno de los baúles antes de pasar a la estancia—. ¡Los menús que solicitó, mi señora!
—¡Ah, sí! —dijo la reina Tahíriz, extendiendo la mano—. A ver… Este me resulta poco apropiado. Sin embargo. O puede que esté, ¿mi señor? —añadió, reclamando la opinión de Blazéri, que se encontraba de espaldas a ella, vertiendo en el té la dosis necesaria para evitar que la verdadera naturaleza de la reina regresara.
—¡Sí, querida! —apuntó, ocultando el frasco vacío en el interior de su capa—. ¡Sí, este sería adecuado, sin duda! Muchas gracias a las dos, les daremos una respuesta, más tarde —dijo sin levantar la mirada—. Ahora retírense, deseamos estar a solas.
Ser Blazéri Onnei no tuvo que decirlo una segunda vez, ninguna de ellas quería problemas con él. Era lo único que tenían claro.
Pero no fue hasta pasado el mediodía que la cocinera tuvo un segundo para pensar en su pequeña… ¡Por el cielo, deje a Carmesí sobre el baúl! Espero que no le haya ocurrido nada malo —dijo, subiendo a toda prisa—. ¡Está cabeza mía! Qué verdad tan grande que el que no tiene cabeza tiene pies —dijo al llegar al último peldaño casi sin aire.
—Ahora, márchate —ordenaba Blazéri a un lacayo de su confianza, cuando vio cómo la cocinera doblaba la esquina de la galería— ¿Qué se lo ofrece ahora? —dijo mirándola— ¡Explíquese!
—Perdóneme, mi señor, dejé mi delantal sobre…
Él se retiró para dejarla pasar, sin darle la menor importancia.
—¡Entre, cójalo y márchese! —espetó.
Segundos más tarde, la cocinera bajaba las escaleras a toda prisa con un ovillo de tela entre las manos. Pero antes de entrar en la cocina, dobló por el mismo pasillo a la derecha, para dejar en su estancia a la pequeña—. ¡Aquí estarás bien! No es gran cosa, pero entra la luz del patio de servicio y eso es algo que escasea en la cocina norte —dijo, acercándose a besarla—. Mami, tiene que irse a trabajar, lo entiendes, ma-mi, mami —repetía intentando inculcar una nueva palabra en el vocabulario de Carmesí, porque según los entendidos, el Ovalí era una especie muy inteligente y con una gran capacidad de aprendizaje.
Sin embargo, la pequeña cría la miraba doblando la carita, pero sin decir nada. Así que la cocinera se dio por vencida y salió cerrando con llave para volver a toda prisa a la cocina. Después de unos minutos, Carmesí se quedó relajada, mascullando las nuevas palabras que había escuchado al soldado de Ser Blazéri Onnei, y lo hacía con una despampanante fluidez.
—Mi señor, como me solicitó, le traigo esto de parte de la anciana Dameiza. Dos gotas en el té de la tarde, dos en el de noche y cinco cada mañana. Asegura que esa cantidad mantendrá a la reina bajo su influencia —repetía la pequeña una y otra vez hasta que, finalmente, se quedó dormida.
Mientras en la Llanura de los Ocho…
—¡Lo saben, se han enterado! —gritó Lidot, entrando en la tienda del señor Fixex. Pero al contrario de lo que pensaba, el maestre se encontraba solo—. Maestre, ¿se encuentra bien? —preguntó, acercándose a él.
—No, Anerí, no me encuentro bien —confesó, levantando su resacoso y dolorido cuerpo de su mecedora—, me gustaría que me hicieras un favor, estoy preocupado por la señora Zolarix, cuéntame ¿cómo la dejaste?
—¡Bueno, si es por eso no se preocupe! Está casi recuperada. Pero a pesar de su insistencia, la Primera Guardia no encontró oportuno su traslado después de los difíciles momentos por los que había pasado, y la dejaron al cargo de Mivha con la promesa de volver a recogerla para llevarla a la Fortaleza…
—¡Gracias, eso me tranquiliza! Pero aún necesito un segundo favor. Lo he pensado toda la noche, no he sido justo con Zatex, y uno debe de ser responsable de sus acciones, en conclusión… Irías a darle razones de la señora Zolarix, ¡según he sabido la quiere como a una madre!
—Sí, claro que sí —dijo Lidot, que desde la pasada noche tenía el respeto de Thomas Élop y, junto a él, ¡la libertad de andar por la Fortaleza, sin mirar atrás!
No mucho más tarde y ya en la Fortaleza Amatista.
—Luz y esperanza, Thomas —gritó Lidot, colocando su mano en la frente para saludarlo con propiedad—. Espero que algún día me dejes subir a la atalaya. Tiene que ser interesante verlo todo desde esa perspectiva. ¡Ahora tengo que irme, traigo recado para Zatex! —dijo, subiendo la cuesta en dirección a las cocinas sin ningún esfuerzo.
—Recuérdamelo antes de marcharte, si no estoy muy ocupado te dejaré echar un vistazo —gritaba el centinela mientras el joven se alejaba.
—¡Luz y esperanza! —dijo el joven aprendiz con tono jovial al entrar en las cocinas. Aquella mañana se había propuesto ser feliz. Después del horror de la noche anterior, había decidido serlo. Era lo único que podía controlar…
—¿Quién eres tú, jovencito? —dijo el señor Turig muy atareado.
—Soy Lidot, vengo a darle un recado a Zatex. ¿Me podría decir si está aquí?
—¡Sí, claro que está! Acaba de subir, pero tendrás que esperar porque en estos momentos no hay nadie que te pueda orientar hasta las estancias del servicio.
—¡Ah, claro, bueno! Esperaré fuera. Le importaría decirle que el pupilo del señor Vári pregunta por él… —dijo el joven, saliendo al patio y, mientras esperaba, se entretenía en contar las distintas torres. Una, dos, tres…
—¿Ázdeli? ¿Qué te trae por aquí? —preguntó Merhug saliendo de la fresquera y llevando al hombro una gran cesta de hortalizas.
—¡Merhug! Ya que nos hemos encontrado, ¿me podrías ayudar? Traigo un recado del señor Fixex, pero no encuentro a Zatex.
—¡Oh, buscas a Zatex! —dijo, perdiendo de inmediato el interés por ayudarlo.
—Una, dos… —replicó Carmesí revoloteando sobre la cama.
—¿Qué es eso? Suena como la voz de un bebé —puntualizó Ázdeli, caminando hacia uno de los ventanucos dividido por junquillos de plomo que daban al patio.
—Una, dos… Tres… Tres… —entonaba jovial la entrañable pequeña.
—¡Ah! Mira, mira… Merhug, se trata de una cría de Ovalí…
—¿Me buscabas? —preguntó Zatex, saliendo de la cocina—. ¿Qué estás haciendo ahí? Vamos, deja de cotillear y acércate —gruñó—. Turig dice que me traes un recado. ¿De qué se trata?…
—Bueno, yo me marcho… —aseveró Merhug bajando el rostro y entrando en la cocina con dificultad porque Zatex se mantenía firme, impidiéndole pasar con comodidad.
—Ah, sí, perdona, Zatex… ¿Has visto eso, de quién es esta estancia?
—Aléjate de ahí, ¡dime a qué has venido y luego márchate! Este lugar no es seguro —dijo, acercándose a él para removerle el pelo con la mano.
—¡Tienes razón! —insistió sin dejar de pensar en ello—. Vengo a decirte que la señora Zolarix se encuentra casi recuperada y que pronto estará aquí ocupando su lugar junto a la reina.
—Muchas gracias, Ázdeli. Es la mejor noticia que me podías dar. Es un detalle que te hayas acercado hasta aquí —dijo, dándole la espalda y encaminándose nuevamente a la cocina.
—Oh, gracias… —dudó, rascándose el cuello con una tímida sonrisa mientras lo veía alejarse—. Pero ¡no ha sido cosa mía! —añadió—. Me manda a decírselo el maestre duende.
La reacción de Zatex fue imperceptible, solo sus ojos se levantaron con un gesto de aprobación mientras que cruzaba el umbral.
El joven Ázdeli, sin embargo, se quedó justo donde estaba, mirando de reojo el ventanuco y pensando en la advertencia de Zatex. Después, levantó los hombros para quitarle importancia y se acercó al ventanuco de nuevo, pero la cría ya no se encontraba en la estancia. Así que estiró el cuello y se puso de puntillas para mirar de un lado a otro para asegurarse de que no estaba.
—Bueno, iré a ver a Thomas —dijo, recordando la invitación para subir a la atalaya. Así que salió corriendo tan ilusionado que no reparó en un personaje de aspecto siniestro con el que tropezó.
—¡Cuidado, chico! —advirtió, apartándolo de un empujón que lo tiró al suelo con tal fuerza que se golpeó la frente al caer.
—¡Oiga, usted! —gritó la señora Horig—. Oiga… —repitió corriendo hacia el chico—. ¿Estás bien, pequeño? ¿Qué te ha hecho ese indeseable?… —preguntó, levantando al joven y acompañándolo dentro—. Ven, sígueme hasta la cocina, ¡te limpiaré esa herida tan fea!
Poco después…
—Bien, ya estás listo, ahora dame un momento para retirar todo esto y te serviré un buen trozo de tarta. Seguro que te gustará. La receta tiene milenios y es de mi familia —recordó, saliendo de la cocina para entrar un instante más tarde con su promesa entre las manos—. Y ahora la corto en uno… dos…
—Tres… —dijo Carmesí, sacando su pequeño hocico por el bolsillo del delantal.
—Sí, claro que sí, mi pequeña golosa… ¡Y tres!
—¡No… no me lo había imaginado! Creí que… ¿Cómo se llama? —preguntó el joven aprendiz con curiosidad.
—Te presento al nuevo miembro de mi familia, ella es Carmesí —dijo, sacándola, por fin, del delantal—. Carmesí, él es…
—Ah, perdona, Ázdeli Lidot.
—Ázdeli… ¿Tú eres el joven aprendiz del que habla Cuorhy a todas horas? —preguntó Turig dejando sus tareas por unos segundos para sentarse junto a él. Poco después llegaba Eleris acompañada por Zatex, y de la parte sur llegaban Merhug y Cuorhy charlando relajadamente.
—No sé, Zatex. Igual es producto de mi imaginación —admitió la primera doncella sujetando una taza para que no se cayera—, pero juraría que desde que se tomó el té está peor…
—¿Por qué cree eso, Eleris? —dijo Zatex, frunciendo el ceño al comprobar que Ázdeli no le había hecho ningún caso—. Yo la he visto muy bien cuando le subí el vino para el almuerzo, su aspecto es inmejorable.
—¡Oh, no me refiero a su aspecto! Es su carácter, se hermana con el de Ser Blazéri Onnei.
—¡Sí, yo también lo he notado! —afirmó Cuorhy—. Hoy ni siquiera me ha permitido entrar en la estancia. Eso ocurrió poco después de que se marchara el lacayo de los Onnei.
—Sí, yo lo vi subiendo las escaleras de servicio —replicó Merhug—. ¡Yo bajaba cargado con un saco de harina! Y al esquivarme se le cayó algo, creo que era un frasco de vidrio…
—¿Qué ha dicho? —interrumpió Ázdeli, en tanto Eleris dejaba la bandeja sobre la mesa para desmontarla y él aprovechaba para juguetear con Carmesí, que perdió rápidamente el interés en el joven aprendiz para fijarlo en una de las tazas de la bandeja. Mientras todos hablaban a la vez e intercambiaban opiniones, la pequeña Carmesí se acercaba, más y más, a la taza. El olor no era nuevo para ella, le recordaba a un momento triste en el que su mami la había dejado a solas…
—¿Cuántas veces les tengo que llamar la atención? —preguntó Lady Alldora, que bajaba las escaleras acompañadas de Lady Ohupa y Lady Ayla—. Es la última vez que les advierto que no hablen de la reina, y lo mismo para el señor…—ordenó en tanto la pequeña Carmesí subía sus patas al borde de la bandeja y al escuchar las últimas palabras de la Suprema, repitió fielmente las que dijo el lacayo de Blazéri por la mañana mientras permanecía olvidada por su mami en el interior de su delantal sucio:
—Mi señor, como me solicitó, le traigo esto de parte de la anciana Dameiza, dos gotas en el té de la tarde, dos en el de la noche y cinco cada mañana. Asegura que esa cantidad mantendrá a la reina bajo su influencia… —repetía la pequeña ante el asombro de todos, dispuesta a beber de la taza.
—Nooo… —gritó Ázdeli, levantando la taza en el aire a la orden de su gesto… Y con la misma facilidad, la atrajo hasta su mano para guardarla en un bolsillo de su capa—. Lo siento, pero por lo que ha revelado la pequeña Carmesí, la reina está siendo objeto de hechicería —aseveró mientras todos se mantenían hipnotizados por el significado de aquello y, para cuando pudieron reaccionar, Ázdeli ya corría en busca de Thomas.
Poco después, un centinela lo sujetaba con fuerza.
—¡Déjeme! ¡Déjeme! —gritaba Ázdeli, furioso. Tengo que subir, ¿no lo comprende? Puede que aún siga en el interior de la Fortaleza.
—Eh, suéltalo, está conmigo —gritó Thomas, bajando los escalones a toda prisa—. ¿No me has oído?, suéltalo… Ven aquí, Ázdeli. ¡Cálmate y dime qué necesitas!
Minutos más tarde…
—¡Uf!… Es inquietante lo que cuenta tu joven amigo —dijo el capitán Alexis—. Pero si dices que se trata de Ázdeli, puedes contar conmigo. Sin embargo, agradecería una prueba…
En ese momento, Ázdeli se acercó al capitán y tocando su espada le mostró su sangriento uso en la batalla, y cómo durante esta el estandarte de su casa ardía a su espalda.
—¡Uf!… No se puede negar quién es, ¿verdad? —dijo, acercándose a la mesa para servirse un trago—. ¡Dele lo que necesite! Yo reuniré a los Siete, debemos evitar esa boda…
—¡Solo necesito volver a la tienda del maestre! —apuntó Ázdeli, señalándola.
En ese momento, Thomas observó cómo el capitán Alexis hablaba muy alterado con su padre y este renegaba con insistencia.
—Vamos, te acompaño —aseveró Élop—. ¡Eres demasiado valioso para dejarte solo!
—Es él —gritó Lidot, señalando a un jinete.
—¡Arresten a ese hombre! —ordenó Thomas al ver que el individuo era un traidor de su propia casa. Pero aquello no resultó como el centinela esperaba. A su orden, los soldados infiltrados provocaban una revuelta en el patio de armas, dando el tiempo suficiente al cómplice de Blazéri para escapar.
—¿Lo ha visto, padre? —inquirió Alexis—. Están comprados —aseveraba el joven capitán, indignado.
—¡Lo he visto! —dijo lord Adomas—. Hay que reconocer que el tal Blazéri es un gran estratega, puede matarnos, puede inculparnos y puede provocarnos. Está claro que cometí un error al no escuchar tus consejos, hijo mío. Pero intentaré que no vuelva a suceder. Reúne a tus hombres más fieles y que se extienda el llamamiento con discreción. La asamblea tendrá lugar esta misma noche, mientras la reina y su prometido honran el quinto nombramiento.
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