Existen detalles que no nos atrevemos a manifestar, en este raciocinio inquieto de grandeza amanecida. Pudimos contemplar, en este espacio, ese cuerpo que reposa inerte entre oriundos sueños, rasgos espantados de ritos vivos de crudeza sin final. Porque ahí, en su consciencia, vivimos con pleitesía y gratitud. Así dibujamos un risco en el amanecer perenne de sus fauces.
Escribimos por medio de manías de nuestras manos, la más afamada obra, de ingenuos amores, cosmos de seres que enmudecieron cuando la sabiduría nos abandonó. Porque él era nuestro rey de reyes en las alturas; afamado ente de nuestras faenas. Y quizá tú, tuviste en tu vientre un huevo negro o un cisne de mansa estampa. Quizá un lío coronado.
Escribimos con caligrafía ruda, con hilos de plata y oro sobre tus pieles de príncipe de sueños, entre sensaciones, entre maromas, entre lunares con forma de estrellas. Caíste por un acantilado. Nosotras te rescatamos, nosotras, nosotras, nosotras quisimos darte una segunda oportunidad. En tu reposo nos observaste, con mirada vacía, apenas consciente de tu moribundo estado y mesurada desnuda.
Entonces, y sólo entonces, escribimos la más dulce de nuestras obras. Escribimos, escribimos, escribimos y abrimos tu cráneo de cristal. Del interior de tus cabezas se alzan muñecos de lilas y azucenas; y los gusanos de seda reescriben tu memoria. Las ninfas de luz, las perlas de inevitable tafetán nos dictan sentencia entre brumas. Y es allí cuando el rayo cae y te envuelve entre regueros de sus más nobles abrazos.
Vislumbramos en tus guirnaldas de crecientes luces el más más delicado mar. Observamos entre tus fauces la más cruda de las mentiras. Cosemos tu cabeza. Ocultamos allí serpentinas, fuego, plomo, ritos de sirenas. Cabalgamos en tus ojos, senderos de enfrentadas purezas. Aromas a lluvia, a carmín decoro, a inevitables muestras de redención.
Amanecemos y atardecemos en tu memoria, despojamos a tu cuerpo de disfraces de seda y dédalos de poder y bienestar. Resolvemos, resolvemos, resolvemos darte la primera cicatriz. Esa que cae en el centro de tu torso, esa que abre revela tu enjambre de corazones. Serena es la aurora boreal que reposa sobre ti.
Somos pudientes y de vividos matices de hilos, trabajamos tus codos y rodillas. Pintamos tus párpados, cada uno de tus gestos, cada ausencia de tu voz, en esa garganta que abrimos. Rey de reyes, podemos convertirnos en verdugos de tus simientes, nos contemplas con la gracia de tu vivir y tu dicha.
Eres terso ante nuestro tacto, eres como un muñeco de cera al que podemos trabajar. Eres eterno, poeta de caídos, bufón de hurtos, payaso de un circo coronado del que no queremos dejarte partir. Deseamos tu descanso, una venia muda que somete a tus formas. A las masas de nuestra de nuestra historia, puestas en el centro de tu vientre.
En el pasado te arrebujamos con piedras preciosas. En el futuro con telarañas, en medio de una de las ciudades de carne: en la más hermosa de nuestras edades. Quisimos darte un obsequio, quisimos darte una angustia, una brisa, un océano de tinta. Obras, en las que, por ti mismo, te atreviste a pintar una ley del olvido. Triunfos, glosolalias, tierras de poderío y decoro.
Tenemos tanto, tenemos tan poco, en este jardín de vivos edenes. Nos unificas en tu reposo. Arropas nuestra vejez. Somos una y hablamos contigo. Parcas. Juezas. Hechiceras. Unción para los enfermos. Y con el repaso de tu buena voluntad, nos atrevemos a decirte: eres genio poderoso. Tierno en la remembranza. Maduro en la flor de la vida.
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