
El de Alabama, libre de pecado y sin contaminaciones, apenas sin motivo alguno, durante treinta años recorrió mundo. Su capacidad de ejecución y velocidad han demostrado que es invencible, capaz de correr sin metas estipuladas, simplemente donde la vida lellevara, hasta el final del camino, hasta el final del pueblo, hasta…
Y le llevó a Sevilla, una de tantas maravillas que le cautivó, culminando su entrañable trayectoria en esta nuestra ciudad. La misma que le acogió gustosa, por su derroche de ternura, saber estar y abanderar el positivismosiempre como telón de fondo.
Una frondosa vegetación le envolvió en su trotar, la ubicación privilegiada en el centro de la ciudad era perfecta. El Parque de María Luisa, un codiciado pulmón verde, fue por tanto una de sus primeras opciones. A su paso comedido, sin querer molestar, las palomas echaron a volar, ahuyentándolas, embelleciendo un espectacular panorama en el cielo azul.
Entre tanta vereda, dejando atrás la Glorieta de Bécquer, Forrest pudo admirar la belleza regionalista de una Plaza de España, que como de costumbre, abrazó a un Forrest extasiado ante tanta grandeza.
Parece que el calor daba una tregua estos días en Sevilla y eso hacía sus carreras algo más llevaderas. Aún así, buscó atemperar el calor y eligió la ribera del Guadalquivir, pues el caudal del río le proporcionaba unaansiada brisa fresca. Desde el Puente de San Telmo al Alamillo, parque donde se respira a sorbos calma y tranquilidad, se perdía entre rutas alternativas, jugandocon los diferentes niveles de altura del parque, pues así era su composición.
Para culminar su carrera se adentró entre lindas leyendas del barrio Santa Cruz, calles pequeñas y estrechas, cual laberintos, consiguieron que Forrest se perdiera sin más, de ahí su encanto. La Cruz de la Cerrajería le daba la bienvenida, entre Vida y Muerte, entre Pimienta y Callejón del Agua, entre murallas de la ciudad. El lento trote de aquella calesa, le embrujó. El relinchar del caballo, el soniquete de los cascos entre calles enladrilladas, era sin duda, mágico, son de sones. Y la seducción se palpó por momentos en el ambiente, entre patios enrejados. Don Juan e Inés daban plena muestra de ello. Y una Susona daba pinceladas de su amor infinito.
Rodeó meticuloso la majestuosa catedral y se sintió pequeñito ante una Giralda sublime, que le esperaba impaciente. Desde lo alto divisó su andadura por la ciudad. Curiosamente se podía apreciar un dibujo certero. Su paso por la hispalense dejaba marcado su recorrido como el símbolo del infinito, cual prodigiosa ruta, no tiene límites ni fin.
Justo a los pies de la torre le esperaba Jenny, la que fue siempre su chica. Un susurro se convirtió en un grito alocado, “nunca había visto nada más hermoso en mi vida”. Las campanas repicaron, cual banda sonora de todo un clásico. Las azucenas vinieron a corroborar la pureza e inocencia de este amor sincero…
