
Anda, llévame a Triana. Hace tiempo que no la paseo. Anda, consiénteme. Es cuando la calma roza el más alto de sus niveles, cuando respiro profundo y asiento, cuando de tu mano, no me suelto y aun así me pierdo.
Anda, llévame a Pureza. Que el corazón se acelere cuando caminando vaya en su busca, mi Cristo del compás, mi Marinera, y allí las lágrimas se desaten, solamente con verlos y sentirlos cerca, y agradecer a la vida cómo, cuánto y tanto.
Llévame en un susurro al pasado, donde una tarde exquisita de “Barquitos Loli” hablábamos de todo y de nada, sólo estar allí juntos bastaba.
Llévame a la Casa de las Columnas, allá en los tiempos de un patio de vecinos, para estar presente en aquella pelea de enamorados. Donde un mozuelo se retrasa en su fiel cita y ella, decepcionada, no cede a sus excusas, camina con su enfado, y él la persigue en su motillo, sentado, lento, intentado calmarla. Hasta que un guiño de ojos, una cómplice mirada, y un silencio arrollador se debate en un beso, la vuelve a conquistar y ella sube, agarrando bien fuerte su cintura para perderse en el arrabal de arrabales.
Llévame al Paseo de la O, que el fino tacón se atasque en su empedrado, y me salves una vez más, para caminar por su senda, contemplando el puente, en un atardecer cualquiera.
La pureza de lo antiguo persiste dentro de mí, el paso del tiempo deja huella, los recuerdos salen a flote, algo que sencillamente, es maravilloso. La melancolía se abre paso y por momentos revives pedacitos de aquello que fue y será siempre inolvidable.
Llévame a Triana, anda, llévame…
