
En Alfonso XII, un portón permanece cerrado. Un incendio, provocó daños en el coqueto atrio de San Antonio Abad. Quizá fue una de esas causas desesperadas pero no perdidas.
Cual abogado de lo imposible, prestó su protectora asistencia entre llamaradas de fuego. El que perteneció al grupo de los doce, calmó la situación abanderando calma y consuelo.
Su hornacina desierta lastima con pesar a un séquito de feligreses. Se trataba de escayola.
Una modesta talla de escayola. Quizá eso le salvó, manteniéndose firme y resistente, ante aquella amenaza. Quien hubiera dicho que tras tantos años ante ese pedestal, aquella imagen de San Judas Tadeo que adquirió Julia, fiel devota, con el bendito pretexto de difundir su fe, se convertiría en todo un enclave sevillano, al que muchos, se encomiendan.
Su digno fervor religioso, le llevó a mendigar a las puertas de distintas Iglesias sevillanas, requiriendo un rincón para venerarlo.
En muchas de esas puertas no encontró cobijo, a pesar de sus ruegos. Sin embargo, justo donde el Silencio aguarda, en San Antonio Abad, brindaron un singular recoveco para tan sencilla talla.
En un intento de sustituir a San Judas por una talla quizá más artística, la indignación de sus devotos se hizo patente, reclamando desde el minuto uno, la imagen de siempre, a sabiendas que era irreemplazable.
Amor incondicional hacia aquella sencilla imagen que se alzaba sobre un pequeño pedestal, de traje blanco y mantón verde, que portaba en su mano derecha una palma, símbolo de su martirio y sobre la izquierda el hacha que acabó con su vida.
Ese rinconcito no tiene sentido sin su presencia. Se le espera con vehemencia. Se le extraña. Aquel que pausaba su mañana o su tarde para esa esperanzadora visita.
Y hablarle, contarle y rezarle. Y llorarle, disculparse y prometerle… Déjame aclamarte, anda, no te tardes, porque son muchos los que necesitan de tu gloria.
Déjame aclamarte, porque las penas son menos penas al confesártelas. Porque todo pasa y no pesa con tu silencio. Anda, no te tardes…
