
Esa noche, la señora me miraba intimidante y segura. Con sus cabellos negros tirantes hacia su nuca, como un manto perfecto recubriendo su cabeza con trazos geométricos circulares.
Se sorprendió al tenerme sentado frente a ella.
Es la primera vez que uno de ustedes me realiza una consulta, me comentó. No le di respuesta, solo elevé mis ojos , la miré como no queriendo hacerlo, acomodé el cuello de mí camisa, respiré más profundo, desde las bases de mis pulmones, sosteniendo el silencio ininterrumpido hasta ese momento.
Ese silencio se contaminaba por la desconfianza que la señora Zoraida, tenía hacia mi persona situación que solo podía comprender y aceptar. Mis intenciones de modificarlas dependían de una buena estrategia o aún mejor de mí destino.
Dos millones de argentinos centrales, reconocían sus predicciones. La contundencia de la señora se afirmaba con el transcurso de los años. Y más allá de mi fe cristiana y de hacer llegar a los hogares las palabras de Dios, fue mi intuición la que me acercó a su casa.
En esa mediana habitación con una atmósfera incesante de variados aromas de inciensos, humos de velas y figuras santas.
Extraño y sorprendente fue haberme topado sobre un antiguo armario de madera oscura, una pecera de vidrio y dentro de ella una serpiente que, por la triangulación en su cabeza sospechaba que se trataba de una cobra, la que presentaba similar mirada que la señora Zoraida, quien con firmeza posó la palma de su mano izquierda sobre la parte superior de una calavera. Tomó un mazo de cartas que descansaba opuesto a la misma, lo colocó en el centro del paño rojo que cubría la mesa circular, caló con su mirada mis ojos hasta lo más profundo de mis entrañas, me indicó que cortara en dos el mazo de cartas con mi mano derecha y sin tener cruzadas las piernas.
Tomó una de esas mitades y con la parte posterior, de las cartas hacia arriba dibujó seis columnas formadas por seis, me aclaró que solo debía girar una sola de las tantas que se encontraban sobre el paño, sería esa la que marcaría mí destino y en caso de que la señora Zoraida, tuviera pensamientos engañosos para mí, su vida correría peligro, hasta poder alcanzar su muerte.
Treinta y seis posibilidades y solo en una de ellas determinaban mi vida.
Podía seleccionar formas matemáticas en la elección de la carta, determinar un porcentaje, optar por una de las columnas y quedarme con una en posición impar, como la primera posición para la cuarta. La variedad de formas de elección casi alcanzaban el infinito, empero solo me quedé con la que llevaría adelante mí vida, a partir de los años en que tomara conciencia mi valorada intuición.
Era la tercer carta de la sexta columna, vista desde mí ubicación, la que me llamaba desde el momento en que hizo contacto con el paño rojo.
La tomé entre mis dedos, la giré, observé su figura y de inmediato los ojos de la señora. Un instante, el silencio, el humo y los aromas detenidos en la atmósfera.
Mi corazón, mi mirada se cruzaban con la suya y las primeras lágrimas de sangre comenzaron a brotar desde las profundidades de los ojos de Zoraida. Mí quietud, su quietud, el espacio suspendido en el tiempo y la serpiente inquieta comenzaba a trepar por los vidrios de lo que era su hogar. Se deslizaba elegante y con rapidez al sitio donde se encontraba su ama.
En forma circular, rodeaba y se elevaba por unas de las piernas de la señora que continuaba inmóvil sobre su silla.
De sus ojos continuaban brotando hilos de sangre que se deslizaban por sus mejillas y desde el mentón goteaban sobre su blusa blanca con botones dorados.
La serpiente del mazo de cartas era una cobra, por la especie de solapa que nacía desde la parte posterior de su cabeza y por el movimiento ágil y preciso de su lengua ante las gotas de sangre que tomaba de la blusa. Continuaba el camino marcado por los brotes que no cesaban de derramar sus ojos, se enroscó en su cuello.
Y yo como un simple espectador.
Ya, desconociendo dónde me encontraba, sin poder asegurar que continuaba sentado en la silla de aquella habitación impregnada de humos y aromas.
El contexto en el espacio había mutado.
Algo desconocido y nuevo me colocó en la situación de observador a la distancia, inmerso en una nueva dimensión que me mostraba cómo la serpiente introducía su cabeza por el ojo izquierdo de la mujer, lo que motivaba pequeños movimientos motrices en su cuerpo mientras finalizaba de ingresar su cola.
Los restos de sangre que quedaban en la blusa blanca desaparecieron de inmediato.
Observó las cartas sobre la mesa, las recogió.
Apagó las velas con las yemas de sus dedos humedecidas.
Yo, ya no me encontraba allí.

Muy logrado este cuento! Me encantó, felicitaciones Gustavo, tu narrativa atrapa!