
Una calle estrecha donde esperarte sin desesperar. Admirarte en un espacio limitado, ahí y ahora. Podría detenerse el tiempo sin más. Que, una larga chicotá, diera un descanso a sus costaleros, y sin más, decidieran parar ahí, justo en esa callejuela, esa en concreto, de tantas y tantas.
Palio o misterio, no sabría por cuál decantarme. Difícil elección. Pero, en esos escasos segundos o minutos si la suerte estuviera de mi parte, perderme ante tanta grandeza, en esos escasos metros, donde deleitarme, como un marco a una obra de arte.
¿Y si por el contrario me diera por verte en una gran avenida? ¿Quedaría saciada? Los nervios se apoderarían igualmente de mí, divisarte allá a lo lejos y ver poco a poco aproximarte, procesionando entre marchas, saborearlas, divagando conmigo misma, cual me transmite más, en cual te veo más bonita o en cual me estremezco con tu cruz o tu mirada…
No quisiera verme en la tesitura de elegir un día en concreto. No, no, es imposible. Y es que un Domingo de Ramos, es el Domingo Universal. Sería todo un despropósito tal dilema. Porque todos los días tienen su aquel, ni uno solo podría descartar por nada del mundo. Para cuando llegara la madrugá, entonces ahí, perder el rumbo, perderlo. Morir en Sevilla, en Silencio, entre Esperanzas, un Calvario de Tres Caídas y Sentencia, un Nazareno Gitano y un imponente caminar que se clava en los sentidos.
Ya hay añoranza de nuestra Semana grande, ya quiero oler a incienso, ya quiero túnicas y capirotes, ya quiero cornetas, ya quiero cirios de colores, ya quiero estampitas, porque cuando algo se vive desde “chiquetito” todo cobra sentido. Se lleva dentro, se siente hondo, pero siempre hay un no sé qué, que qué sé yo, que siempre es poco, todo me sabe a poco…

Deja una respuesta