
Había una vez, en un estanque escondido entre montañas, una bandada de patos grises que nadaban cada día en círculos, siempre en silencio, siempre atentos a las normas del agua.
Entre ellos, vivía un ave distinta. No lo sabía, pero no era un pato. Tenía el cuello más largo, el pecho más alto, y cuando chapoteaba, salpicaba luz. Pero desde pequeña le enseñaron a ocultarse.
—No hagas tanto ruido —le decían.
—No quieras destacar.
—Sé discreta. Sé útil. Sé como los demás.
Así que el ave, obediente, se cubrió el plumaje blanco con barro. Se agachó. Dejó de cantar. Se convirtió en una sombra de sí misma.
Pero cada noche, cuando todos dormían, ella alzaba el cuello hacia el cielo estrellado y suspiraba.
Algo dentro de ella pedía volar.
Algo dentro de ella recordaba quién era.
Un día, tras una gran tormenta, el barro comenzó a desprenderse. Primero una pluma. Luego otra. Hasta que, frente al estanque, todos vieron lo que tanto había escondido:
un cisne.
Majestuoso. Radiante. Innegable.
Hubo murmullos, miradas, críticas.
Pero el cisne ya no sentía vergüenza.
Había comprendido una gran verdad:
Nadie puede brillar en su verdad si está ocupada intentando encajar donde no pertenece.
Y así, con el primer rayo de sol, desplegó sus alas y voló.
No para huir.
Sino para recordar a las demás que también tenían alas.
Desde entonces, en aquel estanque, las plumas de barro son menos frecuentes. Y algunas, cada noche, alzan el cuello hacia las estrellas… y escuchan su alma decir:
🗝️ “Despierta, mujer. Tu vuelo es tu derecho. Tu luz, tu destino.”
Silvia HG:
“Una mujer que se atreve a quitarse el barro del condicionamiento, no solo se libera a sí misma, sino que inspira a todas las demás a recordar que nacieron para volar.”
