
Carmen siempre había sentido que el mundo no comprendía la fuerza silenciosa que la habitaba.
Desde pequeña, había sabido que su intuición era su guía, pero nadie parecía darle importancia a esa voz que susurraba en su interior. La gente la llamaba soñadora, excesivamente sensible, a veces incluso excéntrica. Pero lo que no sabían era que Carmen había aprendido a escuchar, a confiar en los susurros de su corazón, como si una magia invisible la protegiera.
Vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas, donde las casas eran de piedra y las calles empedradas contaban historias de generaciones. Nadie podía explicarlo, pero Carmen siempre había sentido que la naturaleza misma conspiraba a su favor, que las montañas, los árboles, incluso el viento, entendían su lenguaje y respondían a él.
Era una tarde lluviosa cuando todo cambió. Mientras caminaba por el sendero que bordeaba el bosque, algo en su pecho comenzó a palpitar con fuerza. No era miedo, ni ansiedad, sino una energía pura, una certeza. Algo la llamaba. La intuición, esa amiga silenciosa pero feroz, le susurraba que debía ir más allá del camino conocido.
Sin dudarlo, se adentró en el bosque, sus pasos ligeros sobre el barro, guiada por la vibración que sentía bajo sus pies. La lluvia caía en cortinas nas, pero en lugar de desanimarse, Carmen sintió cómo cada gota era como una bendición, una conrmación de que estaba haciendo lo correcto.
De repente, llegó a un claro, un lugar que nunca había visto. En el centro, había un árbol antiguo, enorme, cuyas raíces se extendían hacia el suelo como brazos buscando la tierra con avidez. Era un árbol que parecía estar esperando su llegada.Carmen se acercó y tocó su tronco, sintiendo cómo una energía cálida se ltraba a través de su piel, recorriéndola como un río.
El viento se calmó, y la lluvia cesó. En ese preciso momento, una gura apareció ante ella: una mujer de ojos profundos y cabello plateado, envuelta en una luz suave que parecía emanar del propio árbol.
Su rostro era tranquilo, sereno, y sus labios esbozaron una sonrisa que Carmen conocía, como si hubiera visto esa imagen en sus sueños, o tal vez en su corazón.
—Has llegado —dijo la mujer, con una voz que resonaba como una melodía antigua—. El poder que buscas está dentro de ti, Carmen. Siempre lo ha estado. Este árbol es un reejo de lo que llevas dentro: fuerza, sabiduría, amor y magia. No te olvides nunca de escuchar tu corazón.
Carmen, sin entender del todo, asintió. No necesitaba explicaciones. Las palabras de la mujer habían encendido algo en su interior, una certeza profunda de que, al n, había comprendido su verdadero poder. La magia no estaba en el mundo exterior, ni en los objetos ni en las palabras de los demás. La magia residía en su intuición, en su corazón, en su capacidad de escuchar lo que no se veía, de confiar en lo invisible. Desde ese día, Carmen se convirtió en una mujer transformada. Ya no dudaba de sí misma. Cuando su corazón le hablaba, ella escuchaba. Cuando su intuición le indicaba un camino, lo tomaba. Y, con el tiempo, el mundo comenzó a ver en ella algo que antes solo ella podía reconocer: una mujer sabia, fuerte, capaz de crear magia donde parecía no haberla.
Porque, al nal, todo lo que las mujeres necesitan para ser poderosas es recordar algo que nunca dejaron de saber: su corazón es el faro, y su intuición, la brújula. Ambas las guiarían siempre hacia su destino.
