Aconteció la amanecida para este Rey Santo en horario más tardío al grito de “¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso!”. ¡Certeza!, los guapos (“Cada uno es como Dios le hizo, y aún peor muchas veces.”) amanecemos en fracciones temporales acordes a nuestro rango, afirmaba el mítico dandy en batín, aunque con casuísticas ronda tés por nuestro cerebelo.
Amanece y la espalda de este vetusto y anquilosado Rey toca a retreta tras horas mañ acondicionada ante una esquina de la encuadernación forrada en las mejores pieles, terminación aureas y con sostén cosido artesanalmente. Novedosamente ¡certeza! ¿Qué si no?
Negatividad absoluta ante la contemplación de la totalidad de faces oteantes que muestran y demuestran sorpresa. Hoy, entre gozos, carcajadas y algarabía, celebramos dichosos la publica demostración escrita del primigenio ejemplar de Don Quijote de La Mancha. Lo de que fagocita huevo y no se mancha es a posteriori.

Correteaban las fechas del primer lustro de la decimoséptima centuria de la era posterior a la venida del Hijo del Altísimo, cuando la obra maestra de la literatura del reino español hacía acto de presencia en nuestras vitalidades.
Quién en su deambular vitalicio no contempló gigantes allá donde solo había aspas, ¿quién?… “Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino”.
Despidome retirándome (“No huye el que se retira.”) de la cohorte exaltando una bella adhesión de vocablos conjugados a la perfección por el buen e ingenioso hidalgo: “La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos”.
Lean vuesa Morada que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.” y “siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas, para dar remedio a ellas.”