Lo bautizamos “NO8DO”. Ese sería el nombre de pila del robot humanoide. Durante diez días conviviría con Manué, jartible sevillano, con el compromiso de empaparle de la idiosincrasia de la ciudad. Sería su asistente, eso es, lo entrenaría para desafiar las leyes de la ciencia. Entonces Nodo, emulando a la mente humana, se convertiría en un auténtico sevillano, pudiendo, por qué no, incluso enamorarse de la ciudad.
Todo surgió una noche de cañas por Sevilla. Jóvenes promesas científicas se dieron cita en El Rinconcillo. Entre ricas pavías y boquerones, teorías filosóficas e inteligencia artificial, engendraron un experimento que sería sin duda, el evento hispalense del siglo.
Pondrían en práctica el “Test de Turing”, el que fue el padre de aquella teoría aplastante: “las máquinas piensan”. Consistía en la valoración a ciegas de un juez ante una conversación escrita entre dos interlocutores, en este caso, NO8DO y Manué, determinando quién es quién, poniendo a prueba la capacidad de respuesta del robot, cual humano. Si el juez no consigue diferenciarlos, se consideraría, que verdaderamente, la inteligencia artificial, existe.
Y pusieron en práctica el experimento, una tarde de primavera, tras la Semana Santa y Feria, sin querer robarles protagonismo. NO8DO aprendía rápido, respetando los turnos, el jartible había puesto su empeño en ello.
En unos laboratorios en la Isla de la Cartuja se desarrolló la trepidante prueba. La pareja se acomodó en una sala mientras el juez lo hacía en otra diferente, dispuesto a realizar sus preguntas con atino y cazar al androide, ingenuo de su capacidad para delatarlo.
Cayó en gracia a la Sevillanía, NO8DO era todo un crack. En pocos días, tenía su perfil en redes sociales, como si de un influencer se tratara, contando con numerosos seguidores. Cual calendario cofrade, simulaba hacer una cuenta atrás, mostrándolo día a día: “faltan nueve días: no ni ná; faltan ocho: a jierro; faltan siete: pásame el llamador, así hasta llegar al definitivo, donde suscribía: nos vemos en la portada.
El cronómetro marcaba cinco minutos. Tic tac, tic tac, el tiempo empezó a correr, al igual que las preguntas:
-¿Qué cenaste ayer? Al otro lado contestaban sin titubear: un serranito.
-¿En qué año naciste? Me hubiera gustado en 1248, conquistando a mi ciudad, pero no, nací en el setenta y seis.
-Suma 41001 y 41010. Perdone, no me concentro, me da por pensar en Sevilla y Triana.
-…
-Si predecimos el futuro arquitectónico de Sevilla, ¿qué me dice? Se hizo el silencio, mas a continuación, al otro lado, vibró una respuesta contundente: por favor, que no me la cambien, que nada ni nadie se entrometa en su esencia, pues ya no sería ella, no, que no me la cambien.
El juez supo tomar un atajo para detectar a su interlocutor arañando su humanidad más que su inteligencia. Nunca una máquina podría imitar el raciocinio humano, la empatía, la sensibilidad estética, no podría, sería imposible.
El tiempo voló y los cinco minutos llegaron a su fin. El juez se retiraría para hacer sus cavilaciones y tomar una pronta decisión. Manué salió de la sala con más que una lagrimilla en los ojos. La emoción lo desbordaba, lo que había vivido en aquella sala no era normal. No tenía palabras, lo había llevado de la mano por el caminito y NO8DO lo recorrió bien derechito.
El juez anunciaba en sala de prensa su veredicto. Su semblante era serio, todos expectantes, esperaban su resolución:
Una vez Alan Turing dijo: “Una computadora puede ser llamada inteligente si logra engañar a una persona haciéndole creer que es un humano” y eso precisamente hoy, es lo que ha hecho el robot humanoide de nombre NO8DO. Por tanto, transcribo en el acta correspondiente, para su lectura en audiencia pública, que la inteligencia artificial, un buen día, eligió a la ciudad de Sevilla para continuar su vuelo.”
No hay más palabras, señoría…