
Pasos… Pasos y más pasos…
Pasos que se agigantan por el aluvión de segundos y minutos que se echan encima como losa y que provocan un descuadre complicado de solventar. Nada, el día a día de este viajante de la enseñanza.
Pasos muchos y entre ellos, una mirada, siempre a la izquierda, y me encuentro con un paraíso soñado, la metáfora perfecta de la vida. Ni en mis mejores sueños…
He de reconocer que no es la primera vez que lo veo; el estupor fue tan instantáneo como el descubrimiento, en fase, acompasados, y mi rabia tan inmediata como dicho estupor, por no poder detenerme en esa ocasión. Tenía claro que de hoy no pasaba…
Uno tiene la suerte, la buena o la mala suerte, de vivir observando todo lo que le rodea, analizando comportamientos, situaciones, hechos, acontecimientos,… ¡qué cansancio, joe! Y por eso llego extenuado al final del día pero con la mochila cargada de sensaciones y algún que otro conocimiento extra que incorporar y del que aprender y poner en práctica.
Volvamos al paraíso…

Lo dicho, mirada siempre a la izquierda y me hallo con una estampa única. En escasos centímetros cúbicos de vida coexisten compartiendo todo su entorno, todo su medio, su agua, las miradas, incluso alguna fotografía como la mía y toda su belleza; varios tipos -marcas para algunos… jejeje- de florecillas cada una con sus necesidades, cada una con su propio esplendor y sus propias carencias. Cada una con su color…
Automáticamente, mi cerebro se trasladó al ser humano y cómo se destrozan jardines por las diferentes formas, por la altura de su tallo, por el color de sus hojas…
¡Qué más dará como sea el estigma!
¡Qué más dara como sea el estambre!
Qué más dará si lo vital es vivir y vivir en libertad respetando la diferencias de los demás.
Cuánto aún por aprender de la naturaleza…