
Atardecía en el parque de María Luisa. Tres féminas paseaban sin destino determinado y decidieron descansar a la sombra de aquel ciprés, de porte majestuoso, sin duda, sería testigo de excepción de cuánto allí acaecería. Pareciera estar predestinado, digno de contemplar tan bella estampa.
Absortas en sus pensamientos mostraban con arrojo su sentir más profundo. Mas no descosieron sus labios, tampoco hizo falta, sus rostros les delataban, cual desahogo de confidencias, hicieron brotar un dulce canto al amor.
La primera de las damas, cautivada, en un gesto involuntario, se encogía de hombros llevando con delicadeza las manos a su cara, enamorada del revoloteo de mariposas. Una ilusión desbocada desprendía ternura en derredor. Volcada en lindas esperanzas intenta calmar tanto regocijo, tan solo anhelaba el momento de cruzar palabras con su amado.
La señorita poseída con mano en el pecho, cierra sus ojos extasiada, convencida de aquello que siente, grande, elocuente. Aquí la pasión impera con certeza desmedida. Convencida de un amor que perdura en el tiempo, avivándolo, sin atisbo de duda.
La melancolía envuelve a la tercera de las féminas, una burbuja de abatimiento la recubre sin conseguir liberarse. El amor perdido dejó huella. Todo se ensombrece, el sol sale, sin embargo, no brilla como antes. Cabizbaja se resigna, desubicada en la que fue su emocional armonía.
De pronto sintieron merodear sigiloso a un tal cupido, cuentan ser arquero del amor. Tomando las riendas, consciente de su poder, quiso congelar esa imagen, tres bellas damas sincerándose del sentimiento más puro y profundo. Sin dar más tregua lanzó al mismo cielo, una de sus flechas con precioso plumaje de pavo real, del que hizo acopio.
Tratándose de Sevilla, esa que tanto enamora, intuía tener gran parte de su labor hecha. Tal que así, pues hoy y siempre, todo aquel que pase por tan maravilloso paraje de una u otra forma quedará embelesado, sensación sublime que nos invadirá…
