Ayer tarde, cansado de una dura jornada de trabajo me encontré con un ser aún más cansado y agotado que yo. Su cara lo decía todo; la vida no se había portado bien con el y l pagaba su aspecto. Su cara triste del que deambula por la ciudad en busca de un poco de pan y algo de leche que llevarse a la boca, sus pelos sucios y totalmente desaliñados y un andar típico del que camina porque no le queda otra cosa que hacer.
Pues este individuo, digno de lástima, tuvo la educación y el nivel suficiente para esperar en la acera a que el semáforo se pudiera en verde para los peatones cuando lo que uno espera es esquivarlo para evitar el golpe ya que los seres humanos somos así y no respetamos a nada ni a nadie cuando todo nos importa una mierda.
Se pone en rojo para los coches, hizo el ademán de mirar, pero cruzó hasta la otra acera con el ritmo que le permite el paso de los días y sin ocasionar ningún conflicto.
Quizás, ninguno de los conductores que allí me acompañaban en la fila de coches esperando a que dé la salida el semáforo en verde y proseguir nuestro camino, se diera cuenta del detalle o simplemente estaban entusiasmados jugando con los mocos de sus narices o leyendo algún mensaje del Whatsapp. Yo sí.
Todo esto que os cuento me diréis que es lo mínimo que se puede pedir a un pedigüeño que está en la calle sucio y sin hacer nada, cierto, pero lo que no sabéis es que ese ser no era humano. Un pobre perro vagabundo es el protagonista de este hecho que hoy os presento, tan verídico como que estamos en La Morada.
Llegó deambulando por la acera, se paró en el semáforo y cuando cambió, inició su lento y torpe caminar hacia la acera de enfrente con su aspecto triste del que ya nada espera…
Como dice mi madre: «Hasta para ser perro hay que tener suerte»… Y si no, que se lo digan a nuestras mascotas.
La educación se aprende y se lleva, no entiende de clases sociales, e incluso el que menos tiene, es el que más educación profesa. Cosas.