Los placeres de la vida, mundanos unos, divinos otros. Pequeños, grandes, baratos y caros, pero todos proporcionando alegría y satisfacción. Placeres terrenales y placeres directos del jardín del edén.
Desde una pequeña charla sentado en un banco a un plato gourmet en un restaurante con estrella, pasando por un botellín helado y por cinco minutos más en la cama.
Los pequeños placeres son los que más disfrutamos, los que más nos alegran el momento, el día, la semana o el año. Podemos, y debemos, hacerlos más a menudo. Si sabemos que nos hacen tan feliz, ¿por qué no nos lo permitimos más?
Luego hay otros placeres algo más costosos de realizar, pero no por ello debemos renunciar a darnos esos caprichos, aunque sea de vez en cuando.
Los placeres son personales y casi intransferibles, lo que para uno puede resultar orgásmico, para otros puede llegar a ser repulsivo, pero mientras nadie salga afectado, que os quiten lo baila(d)o.

Por tanto, disfrutemos de nuestros momentos de placer y respetemos los momentos de los demás, que desde otro punto de vista somos nosotros mismos.
Buena reflexión y que deberíamos llevarla a cabo todos, pero el día a día nos hace no apreciar esos pequeños momentos que son en realidad los mejores y más sabrosos. Hay que intentarlo siempre.