Cada palabra que no dijiste, se quedó encallada a la orilla de alguna disculpa, de algún te quiero dicho a tiempo. Cada palabra que no te dije, fue haciendo el nudo que desde entonces habita en mi estómago.
Cada día que no nos miramos al despertar por la mañana, fue un pellizco haciéndose grande en las amanecidas de nuestra tediosa vida. Cada suspiro que no fue, cada anhelo sin conseguir, cada ilusión, muerta o matada, desechada por inútil o simplemente por no creer en ella.
Cada noche, no había película, ni mantita, ni vino juntos, no había conversaciones a la luz de las velas… Había tablets, móviles y una televisión vacía de fondo, cada uno a lo nuestro. Yo encaprichada con el cuento de hadas que nunca llegó a ser, tú seguramente con otros brazos que te arroparan.

Allá quedaron nuestros paseos cogidos de la mano, nuestras disertaciones acerca de cosas que nos parecían importantes, temas que no te atreves a tocar con nadie, pero entre nosotros esa distancia no existía… religión, política, literatura…. Esas cosas, que al menos a mi, me elevaban a una dimensión diferente. Una dimensión que terminó siendo la misma que la del resto de los mortales, donde la mentira se convirtió en rutina, donde el engaño no fue más que el comienzo, donde mi vida, la nuestra, ya no tenía sentido ni cabida.
Ahora ya no hay lugar para los arrepentimientos, nunca logré vivir la vida que deseaba ni tú la que tanto anhelabas, ahora, cada uno por su lado sin mirarnos si quiera, como dos desconocidos después de tanto compartido. Ahora ya es tarde para nosotros, la vida continuó y decidimos bajarnos de ella, aunque siempre giré enganchada a esa noria de emociones que continuó con su trayecto sin reparar en los jirones que dejaba a su paso.