Nuestras voces se alzan cargadas de recuerdos. Con el alma en la boca, llena de alegría. De sentimientos, nuestro cielo se llena.
Una patria de glorias en las manos labradas, que cultivan los sabores de la tierra.
Sobre suelos de historias, resplandecen encinas y alcornoques. Libres caminan, hartos de bellotas,por las Dehesas. Verde.
Con el aire limpio y las aguas puras, aunque el maldito pantano las haya estancado, y por culpa de los vertidos no me puedo bañar en ellas desde hace décadas.
La libertad gritada, en su tierra plena. De puertas abiertas, de bicicletas sin candado y merendolas en casas ajenas.
De improvisados hospitales de paz, tras caídas inesperadas, acabando vendado como recién salido de la guerra. Blanca.
Buscando refugios tras largas tormentas de verano, usando la ropa seca del vecino. Entrando en calor con un vaso de leche caliente, cantando todos juntos.
Los primeros amores, las primeras decepciones. Los primeros planes de futuro, rotos por el pasar de las hojas en el almanaque. La jara seca en las cunetas. Negra.
Para mantener vivas nuestras voces mandábamos cartas. Con sellos y metidas en cajas, repletas de sobres. Cadenas inacabadas, rebosantes de ilusiones.
De matanzas, roscas y hogueras. De migas, patatera y mondongas. De carreras por la trocha, de paseos hasta la charca. De puentes que unen fronteras. De vida llena.
De un paisano del sur, con sangre castúa, que jugaba a ser pastor lusitano, mientras volaba con buitres navegando por el Tajo.
Mi voz se alza, mi cielo se llena de banderas… verde, blanca y negra.
Extremadura.
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