Una historia de amor alargada en el tiempo con más gotas del elixir del desamor que de propio amor está abocado al fracaso en cuanto una de las partes sucumba y la gota decisiva se convierta en la última y entonces queda bien decir que fue la culpable de que todo rebose cuándo el riego por goteo, ese pum, pum, pum constante, ese martilleo incesable, incansable es el principal causante de la erosión que desgasta al más incansable y justo en ese momento, una tarde de paz tirado en el diván del pensamiento te lleva a mirarte a ti mismo y decir, ¿para qué?

Y si ese para qué además viene acompañado de una ilusión que no viene de ahora, que te acompaña en tu caminar día a día y que cada día es más intenso y te hace más feliz…
Para qué… pero ya ha cambiado el sentido, ya no es desde allí y mirando acá como consuelo, NO. Ahora es cuando desde aquí miras allí y dices, si en el fondo es lo mismo y además esto es muy mío y no tengo que rendir cuentas a nadie que te critique porque aquello también lo considera suyo…
Llegados a este punto, nos aferramos a lo nuestro, a lo auténtico, a la felicidad y al amor propio a tus propias cosas y te abandonas al placer de hacerlas como te gustan y si encima, ves que no solo llena tu alma y más incluso, tiene una audiencia expectante que se acumula individualmente y se contabilizan por miles, la ecuación está resuelta.
Al final va a ser verdad que no merece la pena salvo aquello que siempre te haga feliz.
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