Sombras de una noche de bohemia donde corrieron risas a carcajadas. Tertulia familiar, viento agradable y por supuesto, buen vino.
En el transcurrir de las conversaciones, un hilo se hizo predominante. La relación no era posible, todo lo planeado se iba al traste.
Lo trabucado del momento dejaba a las claras los efectos del vino; una copa de más, tal vez una de menos y seguíamos sin solución.
Resultaba absurdo, pero muy necesario, seguir haciendo hincapié en el asunto. No era algo baladí y sin avanzar en ello, nada de lo siguiente tenía sentido.
La copa se llenaba a la par que se vaciaba la botella; los discursos se cruzaban más atrevidos a cada cual. Maraña de comentarios sensatos que sólo servían para enmarañar más aún ese hilo. Bendita madeja.
Imposible no acordarse, en ese momento, de los consejos del abuelo. “No se oye el aire, solo cuando se ha convertido en viento”. Y aquella apacible reunión, era ya un vendaval siniestro.
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