Prometemos que este artículo no lo escribe un fanático, lo hace un cofrade sensato que trata de aferrarse a la objetividad, que cada día intenta alejarse de la lágrima fácil, de todo lo rancio ya postmoderno, y de ese fenómeno fan que se ha adentrado en bandas y cuadrillas llegando a límites que asustan.
Sevilla, la pionera, la Magna, de la que todos han aprendido, donde dicen que están los mejores…
Sevilla, la de Gran Poder, Macarena y Cachorro, donde los barrios son verdaderas parroquias y donde el virtuosismo se hace excelso buscando la perfección.
Sevilla, donde todo es exagerado, extralimitado y donde las medidas se han perdido.
Sevilla la que espera y aguarda un izquierdo y pone de moda plazas abandonadas y cofradías que no existían en El Llamador de nuestras vidas.
Sevilla la de los cambios, la que aplaude un palio andando patrás, la que critica a un Consejo y sus HM lo apoyan.
Sevilla la de las Vísperas, la del postureo del estreno un Domingo de Ramos, la del Patrico y el capirote en el antebrazo camino del Arco pero también la de una fila silenciosa y anónima de ruán camino de San Lorenzo.
Sevilla la de Triana, la de cofradías que sostienen hermandades, la de hermandades que permiten lo que no está escrito.
Sevilla la del Cortijo, Sevilla la del respeto, Sevilla la callada que se calla porque nadie se atreve a elevar la voz.
Sevilla la de la imposición a dedo, la del costalero amigo del capataz.
Sevilla la de la bulla.
Sevilla la del revuelo.
Sevilla la de la luz.
Sevilla la de la noche del Viernes Santo.
Sevilla…. Magna. Pero sin Magna.
Saquen sus propias conclusiones…
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