Si iniciase este texto como pretendía inicialmente, creeríais que os iba a contar un chiste y de chiste tiene poco, aunque sus sonrisas bien describían una situación diferente.
Un chileno, un francés y un sevillano sentados en Cádiz compartiendo tertulia, risas y filosofando sobre lo bello y trágico que puede llegar a ser el simple hecho de vivir.
Y todo, en un restaurante pseudoitaliano…
La calle, esa madre que acoge en sus adoquines torcíos a todo el que se tuerce… y entre giro y giro, alguno consigue ponerse derecho y progresar en ella.
La música como aliada, tres guitarras y no muchas más cuerdas entre las tres; dos músicos de calle, del mundo, que se unen en Cádiz para tratar de dormir bajo un techo y alimentarse debidamente. Todo un hito…
Mientras, anécdotas chilenas, sentimientos hippies de un padre francés que al ver a mi hija de tres años, se acordó de la que dejó allá, de la misma edad.
Parlamento de ese afecto que surge en tres palabras contadas, un español chapucero y no un mejor inglés, unas miradas limpias y que la música suene por esos 20-30€ al día que les permite dormir y comer a miles de kilómetros de sus propias vidas.
Llegas a esto y te preguntas el porqué de mi queja diaria, mi “frustración” conmigo mismo, mi “sufrir” innecesario y tantas y tantas chorradas que nos hacen pasar malos ratos, tener la cabeza ocupada en mil tormentos y no cae una gota mientras otros suspiran por una limosna mientras se matan para demostrarle al mundo que pueden ser válidos.
El ser humano, las casualidades del destino…
¡Ojalá nos volvamos a encontrar!
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