Érase una vez un pequeño de no más de cinco o seis añitos que correteaba por el pasillo de su pequeño piso, con la camiseta pirata del equipo de sus amores, con el número y el nombre de su jugador favorito, las primeras calzonas que pilló en el cajón, unos calcetines altos de algodón y las zapatillas de invierno porque las de verano no eran reglamentarias.
El joven soñador trazaba jugadas imposibles, regates de fantasía, cabriolas que dejarían alucinados al mejor de los ojeadores y paredes perfectas con los muros que dividían el cuadro de baño del dormitorio de sus abuelos y a pesar de todo, era tan realista que no siempre la jugada acababa con la chilena dibujada en su mente treinta segundos antes y que llevaba ensayada en la pizarra desde por la mañana. Otras, sin embargo, la pelota de goma desinflada que le costaba botar, por suerte para sus vecinos, se colaba por la puerta de la entrada de su casa y ríanse ustedes de Las celebraciones brasileñas.
Una buena tarde de otoño, casi invierno, un día antes de su cumpleaños se sentó en el sofá a ver nada menos que la Final de un Mundial. Nervioso desde el día antes, sólo sabía preguntar la hora e insistir en si quedaba mucho. Jamás el puchero había quemado menos. E trozo de jarrete de la pringá desapareció cuando los equipos ya se disponían a saltar al terreno de juego.
Nuestro pequeño futbolista llevaba el chándal de su equipo, la gorra de su equipo y quería por todos los medios que su ídolo ganara la final, metiera tres o cuatro goles, incluso cinco y verlo levantar la Copa cuando los efectos del puchero junto con el calorcito de la manta y lo mullidito de unos cojines de colores hicieron aparición en los primeros minutos del encuentro marcando la tónica del partido. La estrategia marcada en la pizarra por el entrenador estaba dando sus frutos desde el primer minuto.
Sus ojos se cerraban mientras el balón pasaba de la defensa al centro del campo y en un metaverso hecho verso por lo bonito del momento, nuestro pequeño dormilón se vio calzado con unas Adidas doradas, había mucha gente desconocida vestida de blanco en unas gradas inmensas que nada tenían que ver con aquellas paredes de su salón. Se despojaba del chándal de su equipo y debajo, como por arte de magia, ya no aparecía el nombre de su ídolo si no el suyo y el seleccionador le daba las últimas órdenes abres de Santa al terreno de juego.
Algo inquieto por lo que estaba viviendo se movía más de lo normal en el sofá tratando de encontrar su lugar en el terreno de juego para brindarle a la afición el mejor de sus partidos. Tenía el partido entero en la memoria, mil veces se había ido de sus rivales por el centro del pasillo de su casa; paredes contra las paredes, pases y regates increíbles a compañeros de equipo y rivales… Aquella pelota de goma, azul, con pentágonos negros, más concretamente, y un tanto cambemba que dicen por Cadi botaba sobre un césped perfectamente cuidado y peinado y el efecto, en efecto, era tan especial al contacto con sus zapatillas de cuadros reglamentarias que seguía asombrado.
El comentarista narraba el sueño del que la afición no quería despertar y en uno de los contraataques del final del partido, justo coincidiendo con que la cremallera del cojín se le clavaba en la cara y se empezaba a despertar, la pelota le llega golpeada por su ídolo, ese centrocampista que de siempre había querido ser él y en esta ocasión la chilena si entró por la escuadra y ambos se fundieron en un abrazo increíble.
Nota: durante la ejecución de la chilena soñada, el escorzo fue tal que la zapatilla acabó encima de la cabeza de su padre que estaba viendo plácidamente la Final con un cafelito y una milhojas.
Pitido final y comienza la celebración; el pequeño futbolista había cumplido el sueño de su vida, incluso más, y era el héroe de todos y tras los premios… la entrega de la Copa. Fuegos artificiales, serpentina y… ¡Copa al aire! Y en ese momento, con una pequeña pero gigantesca sonrisa dibujada en su cara despertó de la siesta, vio que seguía en el sofá de su salón y que su ídolo había sido nombrado jugador del torneo y de la final y él se sintió parte del éxito como uno más de la convocatoria.
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