Cuando giras la cabeza, porque prefieres mirar a otro lado aún poniéndote delante de los ojos una realidad tan obvia para todos, como desconocida para ti, es cuando pones el primer peldaño de una escalada, en la mirarás abajo y jamás te sentirás en la cima.
Sin embargo, el que te obliga a mirar para otro lado porque así evitas el dolor, el engaño, la culpa sin tenerla, se pavonea con el pecho henchido de vanidad, de hombría por ser quién es, de macho alfa de una manada que él cree tener, pero que en realidad sólo existe en su mente megalómana, de creerse un Dios en la tierra, un Apolo perfectamente engañado por su mente calenturienta. Una imaginación desbordante que lo hace creerse por encima de todos y todo, mirando por encima del hombro a todo el que se le cruce en el camino, creyéndose profesor de todo y entendido de nada.
Orgulloso de sus hazañas, de su hacer daño deliberado, a sabiendas, sin reparos ni remordimientos, porque es sólo su orgullo el que cuenta, aunque deje cadáveres en el camino… Qué importa a quién o cómo si el Ego lo solventa todo.
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