Comienza el año y parece que todo se resetea. Tras las campanadas, los brindis y los abrazos, el contador se pone a cero, esperando completar sus 365 fracciones diarias. El tiempo comprendido entre un 1 del 1 hasta un 31 del 12 y vuelta a empezar, pero nada empieza si no se ha terminado lo anterior.
En la lista de pendientes, de pospuestos para mañana, están los propósitos del año pasado, y del anterior. A ellos se les unen algunos nuevos que pasarán a formar parte de esa gran lista de tareas sin hacer. Seguramente muchas de ellas son «impuestas» por el entorno o porque están bien vistas, ya que de ser voluntarias saldrían de ese inventario incompleto.
Hacer deporte, estudiar idiomas, comer sano, leer más… un sinfín de actividades que dan pereza a simple vista, pero que se sueltan con facilidad tras los abusos navideños. Quizás por tanto exceso que convierte en discursos vacíos tanta palabrería lanzada al viento.
Mi propósito es no hacerme propósitos, sino propuestas de año nuevo. Sé que tengo cosas que hacer y las iré haciendo a mi ritmo, como siempre. Aunque este año vaya a ir todo un poco más rápido y vengan charcos pronto.
Deja una respuesta