Absorto en sus pensamientos, contemplaba entre sus manos las llaves de Isbiliya, ahogándose en un suspiro, a sabiendas de su desdichado destino.
Mostraba una imagen de derrota, perdedora. Sobrellevar un dilatado asedio, pelear duro contra el enemigo, siempre con la premisa de proteger lo que es de uno por encima de todo, le dio tablas, esperanza, hizo todo cuánto estaba en su mano, ya no cabía más.
Axataf, emir árabe de la ciudad, se resignaba, oprimido en su lamento. Y quiso perderse en el tiempo, en aquella época de esplendor de Sevilla sobre el resto de los Reinos Taifas, cuando la riqueza florecía por doquier.
Fue construida con un mimo absoluto. Enaltecer cada recoveco en un afán desmesurado, tejiendo delicadamente el mismo paraíso, era sin duda, el objetivo del Reino Andalusí. Nunca se verá nada similar aún con el paso de los siglos. Edificaciones sublimes, imponente catedral, el alminar más bello del mundo, un paisaje urbano excepcional, obteniendo un resultado de hermosa envergadura, digno de admirar, cual huella indeleble.
A todo ello se le añadía ese cielo azul tan singular. Las torres más altas lucían en todo su esplendor, ofreciendo una linda perspectiva. Esa tonalidad eraexclusiva de esta tierra. Invitaba a respirar profundo y deleitarse con tal estampa.
Pero el momento decisivo había llegado, el rey de los cristianos, de nombre Fernando, aclamaba su presencia.Axataf abatido, hacía entrega de las llaves de la judería, aceptando la amarga rendición, obligado a salir a extramuros, donde la pérdida de su cuna y hogar le lastimaba el alma.
Se hizo el silencio, ambos frente a frente, la desazón se hacía patente, entonces el emir, se postró a sus pies y susurró: Dios abrirá y el rey entrará. Ambos estrecharon sus manos, cerrando la jornada solemne con el redoble de tambores y despliegue de banderas y estandartes.
Y Axataf, sucumbió al duende de su ciudad, a sus encantos, lloró cual hijo llora a su madre, despojado de todo y tanto. Se preguntaba reiteradamente, castigándose: qué hay después de haber perdido a Sevilla. He ahí una sabia y atronadora respuesta Sevilla.
Deja una respuesta