Hace muchos siglos, cuando la Tierra todavía estaba en su juventud, la Luna era una diosa que reinaba sobre las estrellas del firmamento. Su luz plateada iluminaba la oscuridad de la noche y su belleza era inigualable.
Pero la Luna estaba triste. A pesar de su majestuosidad, no tenía a nadie con quien compartir su soledad y sus pensamientos. Por eso, decidió bajar a la Tierra en busca de alguien que pudiera hacerle compañía.
Por muchos meses, la Luna caminó por los bosques y valles de la Tierra, hasta que un día encontró a un joven pastor que cuidaba sus ovejas en las laderas de un monte. El joven se llamaba Juan y, aunque no era el hombre más guapo del mundo, la Luna se enamoró de él al instante.
Cada noche, la Luna bajaba a la Tierra para ver al joven y juntos pasaban horas conversando en silencio, bajo el cielo estrellado. Pero pronto, la gente de la aldea comenzó a notar la presencia de la Luna en las noches y empezaron a temer que fuera un demonio.
Así que hicieron un plan para capturarla y encerrarla en una jaula, para que nunca más pudiera bajar a la Tierra. Pero una noche, el joven Juan se dio cuenta del plan y decidió sacrificar su vida por la Luna. Construyó una escalera gigante, que llegaba hasta el cielo, y pidió a la Luna que subiera por ella.
La Luna, al ver la escalera, subió por ella sin pensarlo dos veces y cuando estuvo a salvo en el cielo, desató una gran tormenta que azotó la aldea. Los aldeanos, asustados, le pidieron perdón y prometieron no molestarla más.
Desde entonces, la Luna brilla en el cielo nocturno cada noche, con la certeza de que tiene un amigo fiel en el joven pastor, y de que su amor es eterno.
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