¡Sin lugar a dudas, la reacción del anciano ante aquella situación fue sumamente efectiva! “Euq enrot” —exclamó con tosquedad.
Y con aquel sencillo conjuro, el incendio se apagó y la lámpara volvió a su sitio.
Aunque esto le llevó a protestar, y lo hacía mediante una carta que redactaba en ese mismo momento, porque entre sus cualidades no se encontraba la paciencia:
Portón noreste 10. Segunda galería. Palacio de Hósiuz.
1 de Aries, en la era de la Llanura de los Ocho y las Siete Piedras.
Estimado consejero Vertux, lamento comunicarle mi profundo malestar, pero la inconveniencia a la que mi persona se ve sometida me obliga: Esos inútiles, solo debían montar mi tienda el tercer día de la última semana de Piscis. ¡No el cuarto ni el quinto antes del equinoccio! “No creo que sea mucho pedir”.
¡Sin olvidar que hay varias irregularidades que exigen la redacción de esta carta! Como lo de otorgar un permiso tan importante al señor Zatex. ¡No se debe tentar así a la suerte! Y definitivamente no apruebo lo de ese duende. Afortunadamente, señor mío, esto solo acontece cada diez quinquenios. —“Subrayó, cogiendo aire”—, ¡Y no lo haré más!, que sin duda es lo que están buscando esos desagradecidos del consejo, que no respetan el trabajo duro que he hecho. ¿Poner a Zatex, a cargo de las Bodegas de Hósiuz? Cuando mi elección había recaído en Sorieg. Ahora tendré que cambiar, lo que calculo me habrá llevado toda una luna preparar y redactar. ¡Mis consejos ignorados!… Consejos, fundamentados en mi larga y honorable trayectoria—. Farfulló las últimas palabras, dejando descansar a su debilitada pluma de Fénix, que tras tantas lunas de trabajo; no tardaría en convertirse en una nube de ceniza.
—Lo dejaré así, “por ahora…” —dijo inclinándose por acabar de redactar el texto cuando se sintiera más tranquilo. Pues era de carácter severo y de fácil enfado. Y sin duda en esta ocasión lo estaba. Aun así, se levantó y ordenó los permisos reales necesarios para comenzar la entrega. Poco después, y con los documentos bajo el brazo, apartaba la cortina para salir de su tienda.
—¡Por mil unicornios!, —gritó, retrocediendo un paso—. ¡Por mil unicornios!, —repitió bajando el rostro deslumbrado por la fuerte luz del día que, le obligaba a caminar, en una postura incómoda para proteger sus pequeños ojos hasta llegar al estrado. Este se mantenía en pie desde los lejanos tiempos del rey Uzcam, junto con la estructura de gradas de piedra deterioradas por las inclemencias del tiempo. Pero, aun así, sólidas como para que el maestre subiera las escalinatas sin temor a caerse. Una vez en el centro del escenario, se dirigió a los presentes, mirándolos, de arriba abajo, a través de sus pequeñas y redondeadas gafas que se perdían entre sus espesas patillas “antes de llegar a las orejas”. No muy alto, pero resuelto, se ayudaba de su barriga voluminosa para empujar el total de los documentos sobre el atril.
—¡Acercaos! Voy a conceder los permisos para comerciar en el festival de los nombrados, —manifestó el anciano con su habitual mal carácter. Sin embargo, el malestar entre los convocados era evidente. El intenso calor y la confusión de la demora habían afectado los ánimos de Dameiza, quien optó por compartir su decepción segura de que la demora le brindaba el momento idóneo.
—¡De “Carmelian” tenía que ser! ¡El asunto es que estos “verdes” siempre han de saber más que los demás! —aseveraba con su voz cascada, la vieja meiga, Dameiza, ermitaña, desde que cayó en desgracia. Y de la que algunos de dudosa reputación pedían sus remedios poco recomendables. ¡Elfos y enanos no disfrutaban del mismo trato!, por no ser del agrado de la anciana—. ¡Oh, sí! —exclamó en esta ocasión mientras levantaba los brazos, y anticipaba el riesgo para las aldeas de las Forestas que se encontraban cercanas a la llanura—.
Katy Núñez
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