—¡No, déjeme! ¡No he cometido ningún delito! ¡Por favor, por favor, no me lleve a los calabozos!, prometo que no causaré problemas, solo quería entrar en esa tienda —dijo frustrado, mientras señalaba la única que reflejaba luz en su interior—. “¡Qué quería!” —continuó, más asustado por la apariencia del centinela “que por la influencia de mis visiones prohibidas” como diosa Ajbhó; a través de las cuales había sido testigo de la destrucción y del dolor que generaría el mal en Hósiuz… ¡Esto me obligó a intervenir, y al buscar entre mi pueblo encontré a un joven, fuerte, constante, y sin temores que le perturbaran! Que, al igual que otros jóvenes, había sido enviado por sus progenitores al reino de Hósiuz para que recibiera una formación impecable en los reinos del saber. La histórica academia Brianaquel, de la Ciudadela de Ónix, reconocida por tener entre sus obras la más prestigiosa biblioteca mágica de todos los reinos. En este increíble lugar encontré a Ázdeli enfrascado en la lectura del sueño tras resistir mi llamada durante toda una noche. Más una vez alcanzado el objetivo de convertirlo en mi oráculo, adopté una medida ardua pero indispensable para velar por la seguridad de los habitantes de la Llanura de los Ocho…
Pues sabía que, si fracasaba, mi pueblo estaría a merced de la Nebulosa de la Araña, morada de la Deidad, de las leyes no escritas, y por esa, entre otras causas, el joven Lidot se encontraba en ese momento en una difícil situación con Thomas, el centinela.
—¡Acaso has perdido la cabeza, chico! —le preguntó sorprendido, dejándolo caer al barro al reconocer la dependencia—. ¡Regresa a tu casa y no te metas en líos! ¡Si te vuelvo a ver merodeando por aquí, te aguardarán los cerdos!, ¿sabes algo de los cerdos, chico? —le amenazó con la muerte para que se marchara, mientras fijaba la mirada en el lugar señalado por el joven intruso. La tienda del duende maestre Fixex Dosévi, de la casa Carmelian. Su tienda era la primera en levantarse debido a que el duende era muy sensible al ruido, pero en esta ocasión, el montaje se había llevado a cabo tarde, para infortunio de su huésped, que terminaría experimentando las consecuencias, “aquella misma mañana”.
Apenas había amanecido cuando la llanura recibió a montadores y comerciantes con una desagradable cantinela.
Las herramientas que se utilizaban para asegurar las tiendas al suelo se convirtieron en motivo de discordia entre los comerciantes que competían por obtener la mejor ubicación en la Llanura de los Ocho…
—¡Le digo que es mío!
—¡Y yo le digo que no!
Los alaridos del duende herrero y su vecino se intensificaban con el sonido de los carros que iban y venían sin descanso, cargados de todo aquello que posteriormente se vendería en el festival de los nombrados.
Mientras el señor Fixex se encontraba en su tienda intentando concentrarse en su trabajo. Cada vez más enfadado, porque cada golpe o grito le provocaba un incómodo tic en el ojo izquierdo, que frotaba y frotaba, aunque no servía para nada; no paró hasta qué…
—¡Por todos los enanos! ¡Enanos…! ¡Enanos…! ¡Enanos…! Esto es absurdo. Ni a mi difunta le he guiñado con tanto ahínco —manifestó el viejo duende. Alterado porque el ruido era una de tantas razones que daban sentido a sus demandas. De repente, se dio cuenta de que finalmente había terminado y todos los sonidos que lo afectaban cesaron. A pesar de ello, el silencio duró lo necesario para que el anciano tomara un par de tragos de su extraordinaria cerveza de aguamiel y, “la cantinela regresó”, impidiéndole ver la lámpara, hasta que cayó sobre la gruesa pata de su escribanía produciendo un gran fuego en cuestión de segundos…
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