El Principio de Le Chatelier establece que, si un sistema en equilibrio se somete a algún tipo de cambio en cuanto a sus condiciones, éste se desplazará hacia una nueva posición para recuperar el estado de equilibrio, contrarrestando aquello que lo perturbó.
Para los que saben algo de química, les resultará familiar el concepto, para los neófitos en la materia les diré que esto es como la vida misma, cuando piensas que tienes todo controlado, cuando todo en tu vida habita de una manera equilibrada y cada cosa está más o menos en su sitio o bien, te has adaptado a que las cosas estén como están, llega un gran cambio en alguna de las condiciones y trastoca tanto todo que encontrar nuevamente el equilibrio se convierte en una odisea.
Hay presiones externas e internas capaces de desequilibrar la mismísima balanza de la justicia y el volumen de problemas al que nos enfrentamos diariamente no ayuda a reponernos de una cuando la siguiente ya ha iniciado su proceso de cambio haciéndonos perder la concentración.
Otro puntal importante a la hora de analizar los equilibrios vitales son los estados de agregación de cada uno. No basta con ser sólidos porque un leve giro de los acontecimientos te lleva a derramar gotas y más gotas que cuestan sangre tragar. Y en un pispás, toda tu solidez se ha sublimado.
La vida, nuestros días, nuestros equilibrios y todos nuestros desequilibrios, con o sin necesidad de catalizador que acelere los procesos son a su vez catalizadores de nuevas sensaciones y nuevos estados en los que encontrar confort aunque la batalla sea ardua.
Y si nos alejamos del equilibrio aparece la entropía y ahí ya sí que nos perdemos en la química… un desequilibrio, un cambio inesperado en nuestros acontecimientos vitales y todo se vuelve una maraña de cables imposible de ordenar, haciendo que nuestra silla acosada por una montaña de ropa nos parezca de entropía negativa frente a lo que nos acaba de ocurrir.
Equilibrios y desequilibrios, balanza siempre en constante vaivén que nos pone en vilo hasta alcanzar un nuevo estado de paz que más pronto que tarde volverá a tambalearse y con suerte, mucha suerte, no tirará los platillos y las pesas al suelo infinito del abismo y ahí sí que ya no hay Le Chatelier que valga.
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