En tu silla de enea observas a Sevilla, esa que te enamora. Un Postigo y un Arenal te veneran y un Baratillo te susurra, anda y canta una saeta, de aquella que tu cantabas.
Me gusta que me pregunten cosas que yo conocí, de Sevilla a la gloria. Añoranzas, siempre añoranzas, que son nuestras también. Porque ya no se ven cigarreras por la calle San Fernando, pero aún nos queda la esencia del Parque de María Luisa.
Teatrillos de comedia, esos que ya con arte interpretabas, tan niño, despertando inquietudes, entre hermanos Quintero, Bécquer y Lorca.
La pureza de una sevillana, te llevo por el caminito, letras sentidas, como aquel que recita pura poesía, libreta en mano donde tradición e innovación se mezclan y tu te empeñas…
Me has citado más de una vez en la Puerta Correo o en la Pila del Pato y allí acudo con mi vestío de lunares, para que me los cuentes, y tu te empeñas…
Una leyenda cuenta que sigues paseando por tu barrio, en las noches silenciosas, con cierta lástima, la Sevilla de antes se pierde y no puedes consentirlo, ya no se ven en la plazuela los niños jugando al toro, que tiempos aquellos, recordarlos causa pena, como murió la Alameda.
Siempre soñando con Sevilla hermosa, mira qué cosa, sin saber como ni cuando empezaste a cantarle, el último trovador de aquella híspalis, de macetas de albahaca, de enredaderas, de canarios y jilgueros.
A los pies de la cama de un hospital, ya malito, le preguntaba al amigo Gandía, dime, tú cómo me ves y Paco, derrochando arte, le decía: ojú, como un cuarto de baño sin alicatá…
Que no me llore Sevilla, no llores Giralda guapa, que una sevillana suena, de las de siempre, esas que tanto nos gustan, y tu te empeñas…
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