Una gran carpa se abre ante nuestros ojos donde si no eres listo, el colorido, la musicalidad y los discursos preconcebidos te pueden llevar a hacer mil payasadas, meter la cabeza entre los colmillos desgarradores y afilados del león o terminar como hombre bala a punto de ser lanzado a un vacío donde la vida no te coloca la red de seguridad.
La vida, ese gran circo donde tus padres pueden ser buenos maestros de ceremonia aunque la calle pronto te ponga en medio de la pista central a hacer malabares que torpemente se van amontonando en el suelo, aros de fuego que van haciendo cenizas tu ropaje en su girar y mientras, te verás tratando de hacer trucos de la magia más excelsa y vulgar a la par, para que los constantes equilibrios te mantengan encima de la cuerda donde tú tienes más tensión que la que te sostiene.
Para escapar de la trampa, o bien creas la ilusión más espectacular que te sirva para huir del peligro mientras todos siguen con la boca abierta, o bien cierras la tuya, y con sutiles mimos, te montas en el monociclo y adiós…
El circo de la vida, hecho para gargantas profundas capaces de tragar sapos y sables de todos los tamaños y formas o bien ser un artista en dardos y flechas capaz de conducir tu propio carruaje manejando a tu antojo y que Maquiavelo a tu lado sea un aficionado mientras todos esos seres humanos inanimados que te rodean se conviertan en marionetas y títeres.
Solo recuerda una cosa, el boomerang que lances volverá a ti, multiplicado por mil.
Bienvenidos al mayor espectáculo del mundo: vivir.
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