
A eso del amanecer, podías fácilmente encontrarlo dormitando entre la arboleda del conjunto palaciego. Se desperezaba apaciblemente, zarandeando su lindo plumaje. De nombre Nodo, un pavo real imperial del Alcázar de Sevilla, hacía las veces de anfitrión para todo viandante embelesado con tanto Palacio, exuberantes parajes, patios e incluso calles aledañas del emblemático monumento.
Su reflejo en la pileta central del Patio de las Doncellas evidenciaba el cortejo de sus andares. Rufina, por la que bebía los vientos, junto al resto de la manada, lo contemplaba absorta.
Un notable y evidente ronroneo hacía de las suyas, mostrando el sonrojo de su amada. El copete de plumillas de su cabeza, tintineaban al respecto tímidamente, y ella coqueta, no dudó en seguir su paso, danzando en rededor. Fue entonces cuando Nodo, cual exhibición, con la elegancia que le caracterizaba, desplegó para ella su abanico de plumas, en un intento de impresionarla. La ternura sacó de paseo a este romance tan auténtico.
Y quiso Nodo aventurarse y fraguó durante días una singular travesía, esta vez, a extramuros, fuera del recinto amurallado. Sin creerlo, el majestuoso Alcázar por momentos, se quedó pequeño, donde todo recoveco atesoraba un bello nido de amor.
Se dieron cita pues, en el Callejón del Agua, donde con un simple y corto vuelo, alcanzarían sobrepasar el muro y callejear a su libre albedrío, abandonando por escasos minutos su majestuosa cárcel de oro.
El Barrio Santa Cruz fue la mejor de las elecciones. Y ambos pasearon a solas, despistando a posta a la bandada, una tarde cualquiera de primavera, en el más bello barrio de la judería. La calle de los besos puso fin a este idilio de amor, donde la singular pareja perdió el rumbo en su maravillosa y apasionada estrechez…
