Patria, Matria que escriben ahora los neofachas analfabetos que no son nuevos porque sus supuestos ideales son más antiguos que ellos mismos.
Y sí, has leído bien, supuestos ideales. Y lo son porque solo siguen las palabras que dicen otros para alentar a las masas que, a su vez, fueron dichas por seres que les iba bien “así”, aunque a tu pobre vecino se lo llevaran de paseo una noche cualquiera y ya nunca más volviera.

Tras esta parrafada de desahogo ante la rayita en el lado derecho, los mocasines, el pantalón de pinzas y el pestazo a la colonia del bisabuelo, yo me pregunto qué falso sentimiento de grandeza les atraviesa el cuerpo, el cráneo e incluso sus apagados y tristes corazones para exponer un amor incondicional tan grande a un trozo de tierra al que bautizaron hace siglos y que no debería pertenecerle a nadie. ¿Por qué lo que llaman Gibraltar o Andorra o incluso Portugal se llama así y no “asao”? ¿Por qué terrenos del trozo llamado África “pertenecen” a otro trozo llamado de otra forma?
Atrás quedaron aquellas guerras -conquistas y reconquistas para muchos- e incluso las más cercanas divisiones de la extinta superficie soviética o las tristes guerras yugoslavas y para qué, para mantener unas tradiciones casposas, unas banderas manchadas de sangre de vecinos y amigos de tus padres y abuelos y poco más.
¡Ay, las banderas! Esos trapos de colores que nos diferencian, nos clasifican y que llegan a ser justificantes de “calidad” para los de los dos primeros párrafos.
Mi matria es la calle, la sonrisa despues de unos buenos días, de un te quiero sincero.
Mi matria es la luz intensa de un sol de justicia, de una lluvia incipiente.
Mi matria es un trago de vino de garrafón acomodado en un banco, unas palomas revoloteando sin miedo, los gritos de la inocente infancia jugando a ser mayores, los ladridos de un perro llamando a su colega.
Mi matria es un cuaderno, estas palabras de libertad en libertad.
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