Hacía mucho tiempo que no llegaba este momento, la vorágine de los días sea tal vez el raíl por el que transita este tren llamado vida y del que mejor no descarrilar.
Vagones, miles; tren inmenso capaz de transitar a velocidad terminal, sí, como las bolas de golf por culpa de esos “agujeritos”. Hay que estudiar más, eeeh…
Vagones contados por miles y la caldera a todo lo que da.
Imaginen el chuuuuuuup chuuuuuup como grita…
Estaciones varias que dejamos atrás mientras otras se acercan a ritmo frenético. Qué relativo es todo cuando hablamos de velocidades… ¿quién se mueve a ritmo frenético, la estación, el maquinista, la vida? Todo es tan relativo como el observador que ve la película en su sillón con un cubo de palomitas incontrolables que, con suerte, acabarán en las costuras…
¡Más carbón!
Aún no llegamos a la mitad de la travesía, hoy tocaba un largo viaje. Muchos suben, otros tantos se bajan y sigue habiendo vagones llenos y otros vacíos que dan miedo.
Estruendos, crujidos metálicos, crujidos de la madera al atravesar el viejo puente. Todo parece controlado aunque el maquinista sabe que todo se puede descontrolar sin avisar, y sin rechistar, reajustar, controlar los vapores, que no falte carbón ni café en el bar.
Se divisa tierra firme, el destino, con suerte y mucho tino, acaba de llegar. Mañana será otro día en este transitar.
Moraleja: o te subes al tren de la vida a todo tren o te quedas atrás, muy atrás,…
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